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Ser vulnerables.

Por Mayela Carrillo Blanco



La palabra vulnerable, del latín vulnerabilis, sufijo abilis; indica posibilidad, que puede ser herido.


Ser vulnerable es la capacidad de poder ser dañado. Se confunde con debilidad, sin embargo es una aptitud inherente a una forma de ser, es la capacidad de detectar ciertas señales provenientes del entorno y reaccionar emocionalmente ante ellas.


Dependerá de nosotros lo que hagamos o dejemos de hacer con el daño recibido. Las personas vulnerables desarrollan la sensibilidad y esto no es sinónimo de fragilidad, como tampoco lo es de fortaleza si le damos la vuelta a este silogismo, nos encontramos con que una persona vulnerable se ha enfrentado a situaciones complejas que ameritan una revisión de sus capacidades adaptativas para poder afrontar con asertividad la realidad manifestada.


La vulnerabilidad nos enseña a hacer contacto con las emociones y vivenciarlas con la perspectiva de la penalización societal.


Aceptar que hemos sido heridos y que el daño causado dolió, nos permite tomar decisiones efectivas y otorgarle un valor provechoso a las relaciones interpersonales, permitiéndonos perdonar, amar y desarrollar la capacidad de expresarnos de manera abierta y espontánea. También con un talante más proclive al aprendizaje, la comprensión, la madurez y la seguridad que requerimos para exteriorizar los sentimientos.


Por el contrario cuando, negamos la existencia de la vulnerabilidad en nuestra vida, lo único que se consigue es minimizar el conflicto y ocultar sentimientos como el enojo, la aflicción o el miedo.


El resultado es que conforme se perfecciona la estrategia de ocultar, surgen síntomas de ansiedad, estrés y somatizaciones que la persona no consigue explicarse al creer que ha conseguido que «todo me va muy bien ahora» cuando la realidad es que nada está bien sino sólo «bien ocultado y reprimido».


Es tan intensa el ansia de que todo vaya bien que se finge un autoengaño de falso bienestar cuando se meten bajo tierra los sentimientos que producen malestar. Sin embargo, los síntomas de ansiedad hacen acto de presencia, y es entonces cuando muchos toman la decisión de ir a buscar ayuda abrumados por el desconcierto.


Muchas personas, en algún momento de sus vidas, han cuestionado sí su sensibilidad les frenaba su capacidad para sentirse seguros y fuertes en las relaciones interpersonales. Sin embargo, esto no siempre es así ni debería serlo, a no ser que existan otros factores predisponentes y ajenos a la extraversión de los sentimientos.


Magdeleine L'Engle dijo:

«De niños pensábamos que cuando llegáramos a ser mayores ya no seríamos vulnerables. Pero madurar es aceptar nuestra vulnerabilidad. Vivir es ser vulnerable» y esta es la diferencia del adulto con el niño, el primero puede verbalizar la experiencia desestabilizadora luego de un proceso de deconstrucción y cocreación.


Quienes ridiculizan a quienes exhiben fácilmente su sensibilidad, propician la inercia de aprovecharse de las personas extrovertidas al dar por supuesto que ser sensible es ser débil y por lo tanto vulnerable, cuando la realidad demuestra que no siempre es así, algo que puede producir graves fiascos que reviertan contra quienes tienen esta falsa creencia.

Sin embargo, para muchos, la sensibilidad es un motivo de vergüenza que les dificulta en la comunicación sobre todo cuando entran en juego los sentimientos. Buena parte de culpa de esta vergüenza la tiene el cliché de la vulnerabilidad que se atribuye a quienes exteriorizan los sentimientos. Es por ello que quienes consiguen abandonar esta creencia impuesta —las más de las veces se logra a través de psicoterapia— experimenta un bienestar, seguridad, madurez y firmeza hasta entonces desconocidas.


Otra consecuencia es que la persona se sentirá capaz de conectar de nuevo con las emociones que mantuvo soterradas. Esto permitirá que florezca una sensibilidad, que en un principio, tal vez le desconcertará (puede incluso creer que ha empeorado), cuando en realidad se trata de un signo de mejoría que podrá disfrutar al aplicar las nuevas habilidades adquiridas y poder sentir de otro modo.


*Sentir, llorar no es fragilidad ni debilidad*


Si bien es cierto que las personas sensibles son más proclives al sufrimiento, también lo son a la alegría, al goce, a la risa, y a ayudar a los demás por su predisposición a saber cuando la otra persona necesita ayuda o simplemente ser escuchada.

Suelo decir a mis pacientes, que cuando se vean a sí mismos como una persona débil porque sus emociones son muy intensas, que reflexionen y valoren si su sensibilidad les hace sentir indecisos, temerosos o apáticos. Si la respuesta fuera no, será muy alta la probabilidad de que su emotividad no les esté perjudicando e incluso que les haga cada vez más resistentes.


Te invito a conocerte desde tu vulnerabilidad y darle sentido y valor a tus experiencias para ser de bendición a quienes sedientos no saben donde acudir a buscar paz para su alma. Se un instrumento de paz.



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