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La cuerda inflexible


El Cambio ha sido y seguirá siendo parte de nuestra vida siempre. Si algo es permanente para todos los habitantes de la tierra, es el cambio. En los últimos años, el mundo entero ha sufrido cambios tan dramáticos que han sacudido hasta aquellos que piensan que pueden enfrentarlo todo. Nunca estamos lo suficientemente preparados para manejar el cambio, especialmente, si el mismo trae como consecuencia el sentirse atrapado, sin oportunidad de escapar hacia ningún destino, como han sido muchos de los cambios que actualmente afectan al mundo entero. ¿Qué hacer para sobrevivir dentro del cambio?

Aunque estamos siendo parte de esos cambios constantes en nuestra vida, son los cambios lo que más profundamente nos afectan y lo que más atemoriza, lo que nos causa gran inseguridad. La mayoría de nosotros estamos aferrados a los hábitos y a las costumbres que hacen que ignoremos los cambios que continuamente nos sorprenden y nos afectan. Cuando el cambio choca con la costumbre o con el hábito, o peor aún, cuando toca al apego y a la codependencia, entonces llega la resistencia.

Cuando esa resistencia nos convierte en la cuerda inflexible para dar la vuelta al cambio, nos convertimos en seres tristes, deprimidos e inadaptables. Ése es el momento en que comenzamos a experimentar sensaciones extrañas en nuestro organismo. Nos enfermamos, nos controla la tristeza y la melancolía; nos paraliza el miedo, que es ese tramo oscuro del proceso que no nos permite ver opciones, ni soluciones.

Todo cambio necesita de nuestra conciencia y nuestra aceptación para asimilarlo. Muchos de esos cambios no los advertimos porque no estamos con nuestra conciencia orientada a recibirlos y manejarlos. ¿Se han fijado lo que ocurre cuando vamos manejando nuestro automóvil y de momento nos encontramos con un desvío en la carretera? ¡Ah!... no vemos los letreros de orientación a los conductores ni aun cuando estén escritos en letras rojas y grandes! El elemento sorpresa inutilizó el razonamiento. Es cuando miras y no ves, oyes y no escuchas; piensas y no razonas. El hábito y la costumbre opacan los sentidos ante un cambio repentino.

Es curioso, pero hasta en las cosas más simples de la vida, sí en las cosas superficiales como es nuestra ruta al trabajo diariamente, los cambios nos afectan. El cambio nos altera la rutina y el pensamiento lógico se afecta. Si nos cambian el color de la puerta de entrada de nuestra casa de seguro nos detendremos como si estuviéramos frente a un muro impenetrable que no nos permite pasar al otro lado, pues te sentirás desubicada, perdida. Eso mismo es lo que hacemos cuando es necesario hacer un cambio en nuestra vida. De inmediato levantamos el muro, no podemos ver lo que hay al otro lado y eso nos paraliza, nos enloquece, no nos permite seguir adelante. Para superarlo tenemos que saltar muy alto para vencer esa barrera que ponemos frente a nosotros y que nos hace más pequeños frente a los grandes retos.


Cuando el cambio envuelve un sentimiento, nos enfocamos en lo que sentimos y aun cuando ese sentimiento nos esté convirtiendo en mártires lo preferimos al temor de enfrentar a lo desconocido. ¿Cómo abandonar todo lo que he tenido durante toda mi vida? Eso es lo que se pregunta alguien que ha vivido infeliz y está acostumbrado a su infelicidad. No se pregunta… ¿por qué aceptar esta situación de infelicidad? Se cuestiona: ¿cómo voy a comenzar de nuevo, cómo voy a enfrentar algo que no conozco? El poder evaluar qué es más doloroso, si aceptar el cambio o aceptar el dolor que causa el no hacerlo, es una decisión individual que necesita de valentía y fortaleza para enfrentarlo. Existen personas que se conforman con lo que la vida les da y no luchan por cambiar nada, porque el miedo al cambio supera a cualquier sufrimiento que esté experimentando. Parece ilógico, pero ocurre a menudo en diferentes campos. El no aceptar el cambio es perpetuar el sufrimiento o la escasez sólo por miedo a cambiar lo que se convierte en hábito o costumbre sin analizar si es lo mejor que podemos tener.

Sí, eso ocurre con cambios insignificantes o con cambios notables y serios que envuelven sentimientos de apego y codependencia. Sencillamente, dejamos de funcionar como seres racionales y nos convertimos en torpes e inefectivos. Nos damos cuenta que algo anda mal en nosotros, pero no somos capaces de detenernos y decir “No, yo puedo manejar esta situación sin que para ello tenga que afectar el resto de mi vida.” No, seguimos caminando como autómatas y todo el mundo nota que andamos muy jodidos de la cabeza, menos nosotros mismos.


Cuando no aceptamos el cambio, caemos dentro del círculo de la resistencia donde todo lo que llega rebota, convirtiéndonos en torpes al caminar porque no podemos concentrarnos y ver el nuevo camino por donde andamos, tampoco sentimos el nuevo ruido que nos rodea. Somos como un auto en marcha, sin conductor, no tenemos qué o quién nos dirija o nos controle. Comenzamos a sentirnos fuera de lugar, cometemos errores y es que la resistencia al cambio convierte nuestra vida en un verdadero desastre.

El cambio afecta todos nuestros sentidos. Cuando tenemos que mudarnos forzosamente a un lugar desconocido para nosotros y no aceptamos el cambio, nos sentimos angustiados, los olores nos darán alergia, la comida nos caerá mal, el reloj biológico enloquece y ya no nos alerta a la hora de dormir, la hora de levantarnos o la hora de comer. Entonces… ¿cómo podemos prevenir los sufrimientos que causa un cambio impactante e inesperado en nuestra vida?

¿Te has fijado que te sientas siempre en la misma silla cuando vas a comer en tu casa? Que duermes en el mismo lado de la cama, que de seguro tiene ya la forma de tu cuerpo, que agarras tus llaves con la misma mano y que si trataras de comer con la otra mano no podrías. Pues eso es parte de la resistencia inconsciente al cambio. Combatimos los cambios desde nuestro interior, desde el inconsciente.

En muchas ocasiones nos encontramos ante el reto de cambiar un mal hábito o un vicio que nos está haciendo daño. Lo difícil de iniciar un cambio es eso mismo, iniciarlo, comenzar a ver la situación de forma diferente. En muchas ocasiones los cambios son manejables, pero somos nosotros mismos los que somos inflexibles ante el cambio. El cambio es tan continuo que si estás toda tu vida resistiéndote a todos los cambios, jamás vivirás en paz porque una vez hayas aceptado y vivido un cambio, en menos de lo que imaginas te llegará otro y otro porque así como la tierra gira, como el viento se mueve, como el agua salpica, así es el cambio, continuo y abarcador. Lo menos doloroso para enfrentar un cambio es aceptar, fluir… en vez de resistir.

Autora: Ana Delgado Ramos

Poeta, escritora, cuenta cuentos y motivadora

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