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Vientos de cambio


Recientemente, un antiguo compañero de la Escuela de Derecho me escribió pidiendo que escribiera

un artículo para esta revista sobre el tema de la reinvención. Honestamente, mi reacción inicial fue reírme. ¿Reinventada, yo? ¡Ja, ja! Si yo soy un trabajo en progreso y, como dicen los americanos, no he hecho “full circle”. “Está bien,” me dijo, “no tienes que hablar del destino, puede ser del camino”. Me hizo pensar. Era evidente que realmente le interesaba mi contribución y no era la primera vez que me abordaba sobre el tema. En el pasado le prometí que lo haría en algún momento y, como lo estimo demasiado como para decirle que no dos veces, esta vez acepté su invitación. Quizás escribir sobre el proceso me dé un impulso y mayor sentido de responsabilidad sobre el desenlace de esta historia. Así que aquí vamos. Esta es una historia súper personal, así que les ruego por su gracia.

¡Hola! Me llamo Karem, y soy la hija de una reconocida nutricionista y reina de belleza, y de un deportista olímpico en serie, entrenador y comentarista deportivo. Soy nieta de una exigente maestra de matemáticas y embelequera extraordinaire, y de un militar retirado que hace celosa guardia desde el cielo a todos sus hijos y nietos. Y por qué les digo esto, de entrada? Pues porque en mi casa me enseñaron con el ejemplo que las cosas se hacían bien, o no se hacían. Realizar un trabajo mediocre nunca era una alternativa; todo se hacía con la mayor precisión, detalle y casi al punto de la perfección, lo que típicamente brindaba resultados dignos de reconocimiento.

Mi educación siempre fue de primera. Estudié en un excelente colegio católico, cursé parte de mis estudios universitarios en una institución Ivy League y luego en la Universidad de Puerto Rico, de donde finalmente me gradué de la Escuela de Derecho. Tuve la oportunidad de hacer un internado en una agencia federal que raras veces ofrecía tal oportunidad. Luego continué entrenándome y trabajando en prestigiosas firmas de abogados en la isla, enfocándome en el área de derecho laboral y poniendo el mejor empeño para hacer mi trabajo tal y como me ensenaron en casa. Tuve jefes excepcionales y mentores que atesoro hoy día. Daba las gracias Dios a diario porque contaba con el apoyo de mi mamá, mi madrina y una estupenda niñera que por años me ayudaron a que pudiera concentrarme en mi carrera y prosperar en la misma. En ese sentido, fui privilegiada.

Me iba bien, no lo voy a negar, pero a pesar de que el trabajo iba a la par con mi educación y capacidad, la carga era inmensa, las horas largas, el conflicto constante, y no siempre podía alinear mis intereses a los casos asignados. Hacer un balance entre la vida de trabajo y la vida personal era algo virtualmente imposible y, luego de enfrentarme a un proceso de divorcio largo y contencioso, lo único que me animaba a regresar día tras día al trabajo era la necesidad de generar ingresos para sostener a mi niña y las conexiones significativas que hice con determinadas compañeras y compañeros de trabajo que caminaban por un curso similar al mío. Según pasaba el tiempo, sin embargo, sentía que mi profesión cada vez se convertía en algo más pesado, monótono, y me sentía sumamente agotada.

Cuando, de repente y sin buscarlo, se me presentó una alternativa de trabajo fuera del contexto de una firma y tenía el potencial de darme mayor balance entre mi vida laboral y la personal, no dudé en dar un salto de confianza. Esa breve experiencia, sin embargo, me demostró que la grama no necesariamente es más verde al otro lado de la verja, y que – como dice el refrán – “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. En ese punto, regresar a trabajar en alguna otra firma no era algo que me interesaba ni pensaba que podía sostener a largo plazo, así que las circunstancias me llevaron a establecer una práctica legal por cuenta propia, cosa que para serles honesta, tampoco fue tarea fácil.

En primer lugar, me sentía sumamente culpable por haber tomado un salto de confianza que resultó ser prácticamente un accidente aéreo. Creo que al día de hoy todavía cargo con ese sentimiento de culpa. En segundo lugar, no estaba acostumbrada a trabajar sin una secretaria, personal de apoyo y toda la estructura y herramientas disponibles en una firma. Esto era un one-woman show y la curva de aprendizaje administrativo era bastante pronunciada. El encontrarme de repente sin un ingreso fijo y un buen plan médico para mi hija y para mí, me hizo sentir completamente vulnerable. Trabajar sin un grupo de amigos que me apoyaran y con quienes conversar, almorzar y compartir en y fuera del trabajo me causaba desaliento y no me motivaba en lo absoluto. Pero en ese momento, no tenía otra opción. Con el corazón roto y un ala partida, comencé mi proceso de reinvención.

Mis primeros clientes me los refirió mi hoy esposo, y ese es un relato para otro día y otro tipo de revista, pero les aseguro que es una linda historia. Poco a poco fui consiguiendo clientes y se fueron abriendo puertas. Me casé de nuevo (ese leap of faith sí que me salió súper bien) y con el apoyo e impulso de mi esposo y mi hermana, creamos un negocio de confección de coquitos, postres y entremeses para la época navideña, nos entretuvimos muchísimo en el proceso y, en menos de dos años, pude generar ingresos que me permitieron sostenerme de forma independiente y hasta ahorrar un poco para un “rainy day”. Ese día, sin embargo, llegó demasiado rápido.

Era el año 2014, y las agencias de crédito comenzaron a degradar los bonos emitidos por el gobierno de Puerto Rico. Las agencias públicas estaban teniendo dificultades para pagar sus obligaciones y muchos contratistas del gobierno vieron sus contratos cancelados y sus facturas atrasadas. Aunque yo no realizaba trabajos directamente para el gobierno, sí rendía servicios a uno de sus contratistas. De hecho, era mi mayor fuente de facturación. Y así, casi cuatro años más tarde y un importante contrato cancelado, comenzó otra etapa de incertidumbre, introspección y reinvención.

Ante el pobre panorama que vislumbrábamos para el futuro de Puerto Rico, la inevitable conversación sobre buscar otras oportunidades fuera de la isla se precipitó. Fue ahí que también comencé a cuestionarme qué más podía hacer en mi vida que no fuera ser abogada y trabajar en una firma. Sí, los sueños no tienen fecha de expiración, pero a veces se modifican si dejan de tener el atractivo que tenían en un momento dado. Entonces, comencé a leer artículos sobre transición de profesiones, libros sobre selección adecuada de carreras basados en las fortalezas y debilidades de cada cual, tests de personalidad, entre otros. El consenso o al menos la conclusión a la que llegué era que sí era posible, pero el proceso sería más fácil si encontraba un camino paralelo o complementario al que llevaba, y en eso me enfoqué.

Luego de varios meses de intensa búsqueda, salpicada con varios incidentes con reclutadores que no valoraban en lo absoluto un grado de derecho concedido por la Universidad de Puerto Rico (sí, así como lo escuchan), conseguí un trabajo en el estado de Texas. Esa oportunidad combinaba perfectamente mi educación legal con mi bachillerato en el área de recursos humanos, y además ofrecía una paga y beneficios que estaban bastante lejos de lo que al momento podría generar en Puerto Rico. A pesar de que cualquiera que mirara la situación desde las gradas pensaría que la situación era un “no-brainer,” para mí no lo era. La única vez que había vivido lejos de mi familia, lo había detestado. Apartar a mi hija de todo lo conocido en su vida sería difícil y hasta podría terminar siendo traumático. Mi esposo tenía una oficina próspera en Puerto Rico y un hijo a quien adoraba, por lo que una mudanza requeriría constantes viajes entre Texas y Puerto Rico y una separación de su bello tesoro. No obstante, al igual que yo, él estaba preocupado por el futuro y como lograr que el resto de nuestras vidas productivas pudiéramos utilizarlas no solo para sobrevivir económicamente, sino para ahorrar y prepararnos para el futuro. Además, él conocía lo importante que era para mí ser financieramente independiente y continuar adelantando mi carrera, por lo que su apoyo en ese sentido fue incondicional. Con ese marco en mente, todos nos ajustamos la ropa, nos montamos en el avión y tramitamos las correspondientes licencias de abogado en el estado.

Vivir lejos de mi familia y amistades de forma permanente ha sido – posiblemente – uno de los retos más difíciles que he tenido que enfrentar en la vida. Verán, yo soy extremadamente gregaria. En mi vida, los sentimientos de felicidad y satisfacción usualmente están atados al tiempo que paso con personas cuya compañía disfruto, así que mudarme a un estado en donde tenía pocas conexiones y ningún tipo de familia, fue sumamente duro; tan duro, que en una ocasión llegue a pensar que era mejor que mi familia y amigos no vinieran a visitarme porque cada vez que se iban era como volver a enfrentarme a la pérdida inicial. Una y otra vez pasaba días sumida en la tristeza luego de una visita de un ser querido.

El trabajo tampoco aportaba a mi sentimiento de bienestar. En la Compañía a la que fui a trabajar era costumbre llegar a trabajar entre seis y siete de la mañana, por lo que me tenía que levantar sumamente temprano y nunca estaba presente para preparar a mi hija para la escuela ni para recogerla. En el piso en el que trabajaba, las oficinas eran una especie de peceras en las que cada uno trabajaba a puerta cerrada. Si bien podía ver todo lo que hacían mis compañeros de trabajo desde mi escritorio, se compartía muy poco y todo se tramitaba por teléfono o por un chat interno. Mis compañeros almorzaban en sus oficinas o cubículos, y en menos de 10-15 minutos ya estaban trabajando de nuevo para salir temprano. Entre tres y cuatro de la tarde, la oficina ya estaba vacía. Si bien llegaba a mi casa alrededor de las cinco de la tarde, muchas veces llegaba a trabajar y contestar mensajes puesto que mi base más grande de clientes se encontraba en un time zone completamente diferente al mío. Y si a esto le sumamos los viajes constantes y que en ocasiones me crucé con mi esposo en el aire (él en un avión llegando y yo saliendo, o viceversa), se imaginarán que no estaba contenta. Tanto sacrificio para esto, ¿verdad?

Vivir en un estado de tendencias sumamente conservadoras, fue mucho más que revelador. No tengo suficientes dedos en las extremidades para contar las instancias en que fui menospreciada como mujer y como hispana. Nunca antes me había sentido tan desconectada de mi entorno como allí. Así que nuevamente comencé a sacar mis libros, artículos y todo tipo de materiales que me ayudaran a procesar mis sentimientos y a idear mis próximos pasos. Exploré alternativas de trabajo en otras industrias, analizamos decenas de negocios establecidos para comprar, estudiamos una serie de franquicias que nos interesaban y hasta monté una boutique de ropa online (cosa que no recomiendo si no tienes mucho tiempo ni conocimiento verdadero de mercadeo online).

Al haber tenido algunas experiencias negativas - quizás por halar el gatillo muy temprano en mi afán de lograr un cambio - esta vez fui mucho más cautelosa. Volví a tomar exámenes de tipología de personalidad tales como Keirsey Temperament Sorter y el Indicador de Myers-Briggs, tomé un curso con un business coach, entre otros. Durante este nuevo proceso de aprendizaje descubrí muchísimas cosas sobre mí. Entre ellas, que mi tipo de personalidad no era introvertido (como había pensado toda mi vida) sino extrovertido, que era altamente sensible a las emociones propias y de los demás, así como muy observadora y perceptiva, y con una excelente capacidad para actuar en momentos de crisis o que requieren improvisación. Entendí que al ser una persona tan sociable, no existía nada que me pudiera hacer más infeliz que (1) estar en un lugar en donde no tuviera familia y amigos, y (2) sentirme atrapada por las circunstancias. Aprendí además que mi tipo de personalidad prospera ante el cambio y las nuevas ideas, necesita constante variedad en lo que hace, se le hace muy difícil planificar a largo plazo y detesta las tareas repetitivas y estrictamente definidas. Pero lo más revelador de todo fue que las personas con mi tipo de personalidad a veces ignoran y evitan los conflictos por completo (el concepto en inglés se conoce como “conflict-averse”) y prefieren mil veces actuar de “peacemakers” que participar en un conflicto.

Honestamente, no tengo ni la más mínima idea de cómo practiqué derecho y litigué por 13 años de mi vida, pero quizás esto explica por qué me sentía tan cansada y agobiada en mi carrera. Al mirar hacia atrás al momento en que decidí estudiar derecho, me di cuenta que no necesariamente seleccioné mi carrera porque era lo que me apasionaba, sino porque mi mejor amiga había comenzado a estudiar derecho justo el año antes que yo, y me encantaba la comunidad y fraternidad que ella había encontrado en su escuela – tanto así, que posiblemente salía más con ella y sus nuevos amigos que con los míos. Tan pronto entré a mi escuela de derecho, encontré una comunidad similar, hice amigas que adoro y atesoro al día de hoy y juro que si no fuera por ellas, jamás hubiera completado ese gran reto. Igualmente me ocurrió cuando comencé a trabajar en las firmas. En todas y cada una de ellas encontré a mi gente y me sentía a gusto – no necesariamente con el tipo de trabajo – sino con las personas con las que estaba trabajando.

Ante estas nuevas revelaciones, era evidente que cualquier carrera que se enfocara en trabajar con gente (ya fuera proveyendo servicios directamente a otros o en el contexto de un buen grupo de trabajo) era un buen “fit” para mí, y quizás hasta esencial para mi felicidad y productividad. Así mismo, trabajos que requirieran inventiva, creatividad y un alto sentido de estética, así como aquellos que requirieran lidiar con emociones intensas, resolver problemas, actuar en medio de una crisis, eran ideales para mí. Tomando esto en cuenta, el tipo de trabajo que realizaba en aquél entonces, no era del todo equivocado. El mayor problema que tenía con el mismo era que el contacto humano era limitadísimo, y cada vez estaba más enfocado en decisiones basadas en data y consideraciones altamente burocráticas, y yo necesitaba exactamente todo lo contrario para despuntar.

Y de repente, en medio de todo ese proceso, llegó el Huracán Harvey…

Al igual que para muchos otros Puertorriqueños, el año 2017 fue uno extremadamente difícil y lleno de revelaciones. Mi esposo se encontraba en Puerto Rico cuando el Huracán Harvey azotó Texas. Si bien sobrevivimos el evento inicial con solo un apagón, un tornado causo destrozos a unas 50 casas a dos o tres calles de nuestro hogar y en los días que le siguieron, dejó inundada una gran parte del área en que vivíamos. Fueron días de mucha angustia e incertidumbre. Fuimos evacuados de nuestra casa y no teníamos ni un hotel a donde ir porque todas las rutas estaban inundadas o a punto de inundarse. No podíamos salir del área, ni mi esposo volar hasta donde nosotros porque los aeropuertos estaban cerrados.

En medio de la crisis, decidimos como familia que no podíamos seguir viviendo entre aviones y lejos del resto de nuestra familia y amigos cercanos que nos dieran la mano en caso de alguna emergencia. Para mi gran suerte, una hermosa pareja de amigos Puertorriqueños que se habían mudado a un área más protegida de las aguas, nos acogieron en su casa y nos hospedaron cerca de 8 días mientras las aguas bajaban del nivel peligroso. Siempre recordaré el momento en que salí de mi casa, con una maleta para cada uno y dejando todas las demás pertenencias atrás, sin ningún tipo de sentimiento de apego o preocupación por lo material. Evidentemente estaba lista para irme de allí, pero necesitaba que llegáramos sanos y salvos a nuestro próximo destino. En medio de las incesantes lluvias, guié con la mayor precaución y enfoque que he guiado en mi vida, and we made it.

Mientras mi esposo esperaba impacientemente en Puerto Rico a que los aeropuertos de Texas abrieran, el Huracán Irma tenía otros planes. Si necesitábamos confirmación de que estar tan lejos de nuestra familia y amigos no era factible, el Huracán Irma se encargó. Irma azotó a Puerto Rico con fuerza, y con ello la esperanza de que él pudiera regresar inmediatamente a donde nosotros. Irma luego se dirigiría a Florida, a donde el hijo de mi esposo se había mudado recientemente. ¡Como si hubiéramos necesitado más preocupaciones!

¿Pero a dónde debíamos irnos? Mi hermana estaba viviendo en Colorado, pero para mi esposo era demasiado lejos de Puerto Rico. Inmediatamente luego del paso del Huracán Irma por Florida, decidimos ir a ver varios lugares en el área a fin de que mi esposo pudiera estar más cerca de su hijo. También teníamos familia y amigos allí, por lo que era un buen happy médium y el huracán había impactado mínimamente las áreas que estábamos considerando. Si bien regresar a Puerto Rico era una alternativa que también estaba en la mesa, nos seguía preocupando la situación económica en la isla y como se recuperaría luego del impacto del Huracán Irma.

Y entonces, llegó el Huracán María. Y con ello desapareció la alternativa de regresar.

Llegamos a Florida durante el verano del 2018, luego de que mi hija terminara su año escolar. La transición, como todas, fue algo agitada y mi camino profesional no estaba (ni está aún) tan claro como en el pasado. Esta vez, sin embargo, me moví sin apegos, sin derramar ni una sola lágrima y teniendo bien claro que si algo no funciona en nuestras vidas tal y como esperamos - mientras estemos vivos - siempre tenemos la alternativa de volver a empezar. En fin, que en la vida uno no se reinventa una vez y ya. La vida es una serie de eventos, inventos y re-inventos que construyen quienes somos a base de un sistema de “trial and error,” que nos empujan a conocernos mejor internamente y, de vez en cuando, nos desvían a lugares distintos a los que pensábamos que nos dirigíamos. Y acércate, porque quiero que escuches esto, okay? Eso no está nada mal. Solo hay que tener paciencia y confiar en el proceso. You’ve got this.

 

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