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Envejecer


De todas las batallas que no podemos ganar, existe una que produce daños sub-letales y progresivos, los cuales, tarde o temprano, nos conducirán a la muerte. No importa los avances de la tecnología y las ciencias formales, ni los hallazgos producto de la superchería de aquellos que anhelan lucrarse de la desesperación humana. No es una enfermedad, sino un proceso fisiológico que disminuye la actividad metabólica y la capacidad de respuesta de las células. Podemos combatirla y retrasarla, pero la vejez nos acecha. Y con la senectud vienen las reflexiones.

Yo estoy viviendo en forma prematura los avatares de la tercera edad porque desde hace dos años mi madre, octogenaria con demencia vascular, se ha convertido en mi huésped permanente. Por eso, he tenido que reinventarme.

La decisión de acogerla en mi hogar, no sólo es producto de la gratitud y amor infinito que le profeso; sino que forma parte del legado cultural que las mujeres latinas recibimos de generación en generación, donde acompañar a nuestros antecesores en el proceso de envejecer con dignidad es un deber ineludible e impostergable.

Sin embargo, esa obligación amorosa se ha convertido en un gran desafío para las generaciones que nacimos en los años setenta y ochenta, sobre todo porque las condiciones en el mundo durante los primeros veinte años del siglo veintiuno han sido devastadoras; socavando las bases de la familia y destruyendo buena parte de la sociedad.

He tenido que reducir la velocidad con que transitaba por la vida y replantearme lo que es realmente importante. Planear el futuro o rumiar el pasado son temas que desde que mi madre me acompaña, he engavetado. Por ella he cambiado buena parte de mis hábitos y costumbres. Duermo menos, salgo poco, me ocupo de su manutención, salud y bienestar y a cambio recibo alegrías indescriptibles cuando me regala un beso, una caricia o un abrazo, en sus ocasionales momentos de lucidez, donde me recuerda cuanto me ama y lo feliz y segura que se siente a mi lado.

Hoy por hoy vivo en el aquí y el ahora. Me siento plena y satisfecha. No invierto palabras para enseñarles a mis hijos, nativos digitales y productos de la globalización, lo que significa la familia, el agradecimiento y el respeto; sólo trato de mantener el legado de mis padres, tal como ellos lo hicieron con los suyos, a través del ejemplo.

 

Dra. Elsie Picott

Soy Médico Anatomopatóloga, profesora universitaria, escritora, activista y defensora de los DDHH. Además, presido Hominem (ONG dedicada a la formación ciudadana en Derechos Humanos para estudiantes de medicina).

Instagram: @escritosdesdelasaladeautopsia @hominem_galem

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