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Saboreando sueños: de canela y azúcar

“Fuiste creada para hacer grandes cosas. Sí, puedes llorar, pero también puedes seguir, tú puedes con esto y más…”

-Mi papá

Dicen que “recordar es volver a vivir”. Así, que me di a la tarea de traer memorias sobre mis experiencias de vida, particularmente con mi papá. Fui la consentida de mi padre, me viví aquel dicho popular que dice: “las nenas son de papi”, pero cuando su vida tomó otro rumbo, muy distinto al mío y al resto de la familia, quedé desconcertada y dolida. Por mucho tiempo me cuestioné las razones de su partida, y por primera vez experimenté el abandono, me sentí abrumada tratando de hallar explicaciones. Con el tiempo el desdén se transformó en tristeza y coraje. Pero tranquilas, que la historia no termina ahí, sino que inicia. ¿Cómo manejas el coraje (realmente la herida) que experimentas cuando tu ser amado se va de tu vida? Antes de llegar a esa respuesta quiero que conozcan un poco más sobre mi papá.

Aunque él ya no se encuentra en el plano terrenal, ciertamente del tiempo compartido, me heredó varias lecciones que aún conservo como pilares en mi vida. Recuerdo a mi padre como un hombre de carácter fuerte, muy bien definido. Era un hombre que se distinguió por su capacidad de aprender (fue autodidacta), cuidadoso con la limpieza, trabajador incansable y excelente cocinero. Le gustaba preparar todo “fresco, del día”. Desde muy pequeña aprendí a incluir las verduras y los vegetales en la mesa. No saltarme ninguna comida. Ser organizada y perseverante. Estas características, aunque no lo reconocí en el momento, ahora sé que las heredé de él. No puedo dejar de mencionar lo buen bailarín que era; y mis primeros pasos de baile los hice sobre sus pies.

Aunque todas esas cualidades que le caracterizaban eran sobresalientes e importantes, la gran lección sobre mi padre no fue sobre quién era él, sino que hizo por mí. Hace algunos años, se dio entre nosotros una conversación pendiente, la niña que había en mí aún quería entender por qué… estaba armada de coraje y reclamos, llevé ese día el dolor acumulado. Mi padre pausado y sin presentar resistencia me dijo: “no puedo borrar el pasado, por el dolor causado te pido perdón, pero no puedo borrar el pasado, si puedo y quiero construir una relación contigo de ahora en adelante”. Me tomó algún tiempo digerir y procesar todo. Delante de mí tenía a un hombre de carácter fuerte, que reconocía sus errores pero no podía cambiar lo ocurrido. Él tenía razón. El pasado no lo podemos cambiar, no tenemos control sobre lo que ya pasó, solo tenemos control en el presente, y era en el “presente” que yo podía decidir. Mi papá me enseñó sobre la grandeza del perdón.

Mientras el coraje y el dolor ocupen espacio no habrá cabida para el amor, el crecimiento personal. El perdón es libertad. Aquel día, se me cayó la coraza. Aquel día, experimente la libertad. El perdón no exime a las personas que nos hieren de su responsabilidad, pero nos otorga la libertad que merecemos y necesitamos. Mi madre me cuenta, que cuando yo era pequeña me preparaban leche con canela y azúcar. Mi papá creía que era lo mejor para mí. También hablaba de las grandes cosas que iba a realizar en mi vida.

Espero que donde se encuentre sepa, que no se equivocó y que mi vida está llena de grandeza. Espero pueda ver cómo: he crecido, reído, luchado, amado, bailado, soñado, preparo ricas recetas (usando sus secretos de cocina); ¡vivo en libertad para ser, crear y crecer! Su amor lo recibí a través del perdón...hoy me saboreo mi presente; y mis sueños son dulces. ¡Gracias papi, por llenarlos de canela y azúcar!

 

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