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Mi padre amoroso


Mi padre ha sido el hombre más significativo en mi vida. A pesar de que la vida no le dio la oportunidad de una educación formal, era un sabio. Era el mayor de siete hijos. Su padre murió cuando era casi un niño, por lo que tuvo que tomar la jefatura de la familia muy temprano en su vida. Amaba cultivar la tierra, cantar décimas y tenía un gran sentido del humor. Dentro de sus bromas siempre había un mensaje educativo. Era trabajador incansable, buen proveedor y disfrutaba mucho de ver crecer las plantas, se deleitaba al recoger los frutos de sus siembras. De él aprendí cuándo y cómo sembrar las semillas para que germinaran pronto. Me divertía recorrer la finca en su compañía, mientras cantaba sus décimas o me hablaba de la vida, de lo que las mujeres debemos aprender para ser respetadas y exitosas. Siempre me dijo que el conocimiento es lo más valioso que podemos guardar. Que lo más importante es estudiar, prepararse para enfrentar la vida de forma independiente, vigilando siempre que si alguien o algo me quitaba la paz debía alejarlo de mi vida. Pensaba que, si una mujer es económicamente autosuficiente, es un ser libre. En cambio, si aceptaba ser dependiente y sumisa, sería una esclava por siempre.

Vivíamos en el campo, alejados de la ciudad y amando la sencillez de la vida, sintiéndonos felices con lo poco que teníamos porque nadie extraña lo que no conoce. La lección más valiosa que aprendí de él es que nunca debemos suponer. Cuando suponemos siempre nos equivocamos. Para cuando aprendí esa valiosa lección era muy chiquita, tenía menos de cinco años y todavía lo recuerdo. Yo tenía un gatito, mi hermano me dijo que mi gato apestaba por lo que le pedí que me llevara al río para bañarlo. Como era tan chiquita no pude anticipar que necesitaba una toalla para secarlo. Me divertí mucho enjabonándolo y ver como se convertía en una bola de pelos parados. El pobre estaba muriendo de frío. Mi papá me dijo: —debes aprender, para la próxima vez no olvides la toalla.

Él siguió su camino cantando, mientras yo me retrasé tratando de resolver el problema. Encontré una solución. Cuando mi mamá iba a lavar al río colgaba la ropa en un cordel. Mi inocencia de niña me llevó a suponer que si colgaba al gato se secaría y ya no tendría frío. Eso hice. Pasaron los días y el gato no aparecía para comer. Mi mamá preguntaba todo el tiempo que dónde andaba el gato. Nadie podía responderle, pero a mí me preocupó y le pedí a mi papá que me llevara al río porque yo sabía el lugar para encontrarlo. Recordé que lo había atado por la cabeza con una de esas raíces, que parecen pelos que cuelgan de los árboles. Cuando regresamos al río para buscarlo una semana después, le señalé el árbol donde había dejado al gato, pero lo vi muy extraño. ¡El gato no estaba seco, estaba disecado! Mi papá me tomó de los brazos, me miró a los ojos mientras me preguntaba: —¿Por qué lo hiciste? Mi respuesta: —Porque estaba muy mojado y tenía frío. Como mi mamá cuelga la ropa cuando está mojada, pues yo creí que debía hacer lo mismo. Me sentí horrible cuando me dijo: —Pues lo peor que puede hacer una persona es suponer. Debiste preguntarme y ahora tu gato no estaría muerto.

Regresamos a la casa y me sentía muy triste. Fue la primera vez que experimenté el sentimiento de culpa. Jamás volví a suponer, lo que me ha salvado muchas veces de ese terrible sentimiento de sentirse culpable. Siempre salvo al gato que llevo en mi memoria. Una valiosa lección para toda la vida. Felicidades para todos los padres especiales y amorosos como el mío.

 

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