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El amor propio desde la espiritualidad

El condicionamiento cultural nos vende el amor propio como una vana y superficial adoración al ser. Comúnmente, las personas en su programación y sin mucha más profundidad dicen que el amor propio es amarse sin caer en egoísmo, darse lugar y valor. También es tendencia asociar el amor propio a las relaciones interpersonales, casi siempre desde la perspectiva romántica, en el contexto de lo que es "sano" o razonable aceptar o exigir.

Para nuestros antepasados quienes crecieron en tiempos de carencia, el amor propio era un lujo asociado con la modernidad y la abundancia que vino con la misma. Una percepción que todavía cargamos cuando vemos que comúnmente se percibe el amor propio como la capacidad de premiarse a la extensión de nuestros recursos o darse un cariñito de vez en cuando. Esa mentalidad nos lleva a medir el amor propio desde lo que se puede costear, acumular o comprar. Que no es otra cosa que amarse de manera intermitente durante el tiempo que dura la emoción del premio, su adquisición o la felicidad de poder pagarlo, sin entender que el acto de amor no es lo anterior sino el resolver el por qué necesitamos de eso para sentirnos amados.

El amor propio en términos de espiritualidad es el reconocer nuestro ser como el centro de nuestra experiencia de vida y amar cada parte de él. En otras palabras, solo cuando conectamos con quien somos, nos aceptamos y nos amamos incondicionalmente practicamos el amor propio. Responder y atender las necesidades de nuestro ser es solo la respuesta de amarse o la falta de ello cuando se busca externamente. Por ejemplo, vivir a la espera de un amor que nos valore y ame como somos es un claro indicativo que buscamos externamente lo que nos falta. Cuando realmente sentimos amor propio, ya no buscamos en los demás lo que tenemos ni tampoco estará en nuestra parte consciente como una condición. Pero claro, entre nosotros y el amor propio se encuentran todas las programaciones. No nos hemos liberado, ni hemos aprendido a amarnos y tememos hacerlo. Tememos no ser suficientes, vernos tal como somos, no gustarnos o no ser lo que los demás esperan que seamos. Y no es para menos, desde niños nos han condicionado a llenar las expectativas de los demás y a temer nuestra verdad. Por eso, creamos distracciones, andamos huyendo de nosotros y buscando a un salvador externo que nos resuelva la vida mientras vivimos adormecidos.

Podemos decir entonces que la definición de amor propio que nos han programado sale del miedo, pues es más un escudo de protección, un sistema de auto gratificación y adormecimiento, que un verdadero acto de amor. El genuino acto de amor sería ser tú, amarte, conectar y responder a las necesidades de tu ser desde un profundo lugar de amor. Y para ello tienes que verte, amarte y aceptarte totalmente sin condiciones. La percepción de los demás, su manera de amar o valorarte es inconsecuente. El que vibra a la energía del amor propio ve su valor, confía en sí, en sus decisiones y no necesita protegerse de los demás. Tampoco necesita buscarlo externamente o esperar validación.

El amor propio te empodera, te sana y te permite la conexión compasiva contigo, que en esencia es con todos, pues al final del día solo cuando ves adentro te das cuenta que somos uno con el Universo. Que al igual que tú, muchos andan temerosos de verse y comenzar la peregrinación a casa. Así que suelta el miedo, mírate y ámate como a nadie.

 

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