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Mujer con Visión: Iris Mónica Vargas

Mujeres con Visión entrevista a la puertorriqueña Iris Mónica Vargas.

 

MCV: Cuéntanos de tu juventud y cómo te decidiste por las ciencias: IMV: La ciencia nunca fue aquello que resultase más fácil para mí. Al contrario. Por alguna razón quedó en mi memoria la primera vez que tomé una clase de ciencias. Fue en el sexto grado de la escuela elemental Ignacio Miranda en Vega Alta, Puerto Rico. Era la primera vez que algo me resultaba difícil y no me salía bien. Era la primera vez que un concepto no me resultaba fácil de pensar. No sé por qué decidí que aquello que me daba miedo era sobre lo que debía verter toda mi curiosidad, pero así ocurrió.

Mi vida sería más fácil si solo hiciera lo que me resultara más fácil y más natural, pero me gusta el modo en que siento que mi cerebro se expande, inclusive como si la expansión fuera física, como un músculo cuando uno hace ejercicios. Y me gusta esa sensación. Realmente me hace sentir que estoy totalmente viva. Tal vez es que me provoca cierta seguridad saber que hay cosas, datos, que son reproducibles no importa quién seas ni dónde estés, y que sirven de explicación a los fenómenos que observas en el mundo. Me gusta saber que existen patrones, estructuras y una organización tangible, comprobable y reproducible. Mi mamá y mi papá no son científicos ni estudiaron ciencias, pero siempre hablaban como estuvieran debatiendo un caso en corte. (Sonríe.) Cada vez que uno de ellos hacía una aseveración, ahí llegaba siempre el otro a cuestionarle lo que había dicho.

El argumento no podía ser especulativo: quien dijera algo debía tener la manera de comprobar la veracidad de lo que proponía como cierto. La ciencia, entonces, era la única disciplina que tenía un método del cual uno siempre podía depender para asegurarse de que podía explicar lo que decía, lo que veía, lo que pasaba, y cómo podía reproducirlo. MCV: ¿Cuándo comenzaste a escribir poemas? IMV: Tengo la copia de un poema que escribí cuando tenía cinco años. Era un poema para mi mamá. Recuerdo que mi mamá leía mucha poesía ---ella lee mucho---, y recuerdo que cada vez que alguien en alguna parte se disponía a deshacerse de libros, a quien primero se los ofrecía era a mi papá. Así conseguíamos la mayor parte de los libros que teníamos, que eran de diversos géneros y de temas heterogéneos. Hilvanaba historias cortas todas las tardes al salir de la escuela, mientras caminaba de regreso al lugar donde trabajaba mi papá en el pueblo. Al llegar, me apresuraba a escribirlas para no olvidarlas. Así me divertía después de la escuela.

Sonaba la campana y se abría una portezuela. Allí adentro había un mundo mágico y el cuento era mi manera de organizar lo que ocurría. El poema igual. Hacía y deshacía historias. Era un periodo muy mágico, muy placentero, y de mucha libertad en mi crecimiento. Y aspiro a seguir teniendo momentos como ese en la vida, cortesía de la imaginación.

MCV: La ciencia y la poesía son considerados opuestos: razón y pasión. ¿Cómo se conjugan ambas en ti? IMV: Esta no será una respuesta directa (reconozco que ninguna de mis respuestas lo es), pero espero que sí logre ser ilustrativa. Vamos a ver. Se me ocurre que la ciencia trabaja duro observando, trazando experimentos para poder explicar los fenómenos a nuestro alrededor. Entonces, quien la practica tiene que estudiar primero lo que ya ha sido descubierto. Eso se convierte en su base, en su punto de partida, en su herramienta para continuar construyendo.

Luego diseña un experimento, una secuencia de pasos que le sirva para, primero, reproducir el trabajo que otros (científicos) hicieron antes que ella, y luego para darle continuidad y contestar preguntas subsiguientes. De ahí surgen las explicaciones a casi todo lo que vemos alrededor, y muchísimo más preguntas interesantes. Si embargo, el trasfondo de un individuo determina muchas veces cuánto de esa explicaciones va a poder entender y asimilar la sociedad en la que trabaja. Voy a usar una metáfora: El otro día veía un documental sobre los osos polares, de cómo hay muchas especies de ellos en peligro de extinción. En algunos lugares los osos andan escondidos en parajes remotos, lejos del alcance del ser humano, para poder sobrevivir al mismo. En cierta región de Alaska, por ejemplo, hay ciudades donde la gente antes de salir de sus casas o escuelas, debe siempre mirar a ambos lados, no para protegerse del tráfico vehicular sino para protegerse del posible ataque de un oso transeúnte y hambriento. El trabajo de un policía en ese lugar es, más que otra cosa, asegurarse de espantar a los osos y mantenerlos alejados de los sitios donde hay niños cerca.

En cierta ocasión, que aparece en el pietaje del documental al que me refiero, un oso de los más grandes en tamaño, parecía insistir en quedarse por allí, así que tuvieron que dispararle unos tranquilizantes hasta adormecerlo. Entonces lo colocaron sobre unas mallas y le ajustaron arneses especiales para poder elevarlo, usando un helicóptero, y llevarlo hasta el lugar a donde naturalmente hubiese migrado este invierno — un lugar donde las placas de hielo empiezan a romperse y se abren los espacios de agua repletos de deliciosos peces que los osos, que han estado en ayuna por seis meses del año, puedan pescar para, al fin, alimentarse.

Imagina a un oso que tiene un hambre violenta, busca comida, está perdido, siente que le disparan, siente quedarse dormido, y cuando despierta, le duele un poco el cuerpo pero se encuentra en e lugar de sus sueños: un paraíso lleno de alimento. ¿Cómo llegó allí? -- imagino podría preguntarse, si pudiera preguntarse. Permitamos que entre un segundo oso a nuestra metáfora. Si fuera capaz de pensar, también, ese segundo oso, tal vez concebiría una explicación, sobre lo sucedido, muy distinta a la que habría de concebir el primer oso. Tal vez este segundo oso se ha acostumbrado a observar diariamente el horizonte y a anotar lo que ve. Tal vez ya ha observado el artefacto volador — nuestro helicóptero —- y ha visto que en algunas ocasiones yace colgando de este un compatriota oso polar. Este segundo oso pudo observar, entonces, el modo en que llegó el primer oso al lugar donde hay hielo y peces.

Si se encontrarán esos dos osos, conversarían sobre el suceso. El segundo oso trataría de explicarle al primero lo que vio, y el primer oso expresaría sus reservas al respecto. Tendría en su lugar sólo su experiencia. Lo que sintió. El primero oso entiende el universo sintiendo su alrededor. Ese es su contexto, su trasfondo. No conoce de helicópteros ni de arneses porque su entrenamiento no ha sido observar, digamos, el cielo de madrugada. El primer oso se ha entrenado de otro modo, tal vez, monitoreando las sensaciones a su alrededor. No hay nada de malo en eso. No estoy diciendo que uno de ellos sea superior al otro. Solo digo que el contexto no es el mismo, y creo que es el contexto, el trasfondo, lo que va a determinar, en la mayoría de los casos, el modo en que se interprete un suceso. Pero está claro que solo uno de los dos modos es reproducible por otros. Creo que mi trasfondo, una familia, mitad con creencias de índole religiosa y mitad sin ellas, me permite advertir ambas maneras de ver el mundo. Para mí tanto la ciencia como la poesía se alimentan de las mismas cosas: curiosidad, razón y pasión. Pero cuando estoy escribiendo poesía, muchas veces, aunque lo hago alimentada por razón y conocimiento generado por la ciencia, que es lo que me provoca curiosidad, lo que busco —como meta tal vez ambiciosa— no es el dato reproducible que busco en la ciencia, sino la diversidad en el modo en que un ser humano, en su vida diaria, y dentro de un contexto distinto al del pensamiento y entrenamiento científico, interpreta ese dato.

Por ejemplo, tengo un poema en mi segundo libro, donde imagino a un hombre que acaba de escuchar, en su momento histórico, que la tierra da vuelta al sol, y no a la inversa, como se había pensado anteriormente a ese momento. La Tierra da vuelta al sol. Ese es el hecho, es lo que comprueban los datos, la investigación. Pero, ¿cómo interpreta el dato ese hombre dentro de su contexto? A él le habían enseñado que él y su especie son el centro del universo. ¿Cómo puede no serlo?

A mí, como persona que estudia ciencias, me interesa la metodología que uso para investigar una pregunta hasta alcanzar la explicación reproducible, pero como escritora me interesa el modo en que esa explicación es percibida por quien no está entrenado en esa metodología, y en cómo ello influye para entenderla. Y también me interesa ese espacio donde existe todo aquello para lo que todavía no hemos encontrado explicación reproducible, y todo aquello para lo cual todavía no tenemos vocabulario. Ese espacio donde habitan las preguntas es donde coexisten en mí la ciencia y al arte. Siempre digo que es ese espacio, son esas preguntas, la poesía.

MCV: ¿Por qué decidiste hacer tu maestría en M.I.T.?

IMV: Me entrené también como escritora de ciencias porque quería prepararme formalmente como escritora. Para mí, no tiene importancia el género que uno escoja para escribir. Todos los géneros, de una manera u otra, en mi opinión, requieren las mismas destrezas. Y dado que mis experiencias en la ciencia y mi pasión natural por la literatura y la escritura creativa me hacían posible aspirar a un puesto en el campo de la divulgación científica, quise intentarlo. Claro que, no pensaba que me iban a aceptar en M.I.T. Lo que pasa es que yo siempre aspiro a lo que sea más difícil, porque pienso que si así lo hago, pase lo que pase, estaré bien: estaré haciendo algo que me guste y por lo que sienta pasión. De hecho, a M.I.T. solicité dos veces. Como en todo hasta el momento— casi siempre debo tratar las cosas más de una vez para que me salgan como quiero. Ya eso no me frustra ni me hace sentir mal ni menos. Para mí, es parte de mi proceso y me ha enseñado a ser perseverante, paciente, y a no darme por vencida tan solo porque una puerta se cierre en mi camino. También me enseña a que no me importe lo que digan otros de mí, sí se ríen o si no (que lo han hecho), si se burlan, si critican (que lo han hecho) — cuando sabes lo que quieres, lo demás es insignificante.

Así que, cuando no me aceptaron la primera vez, decidí que iba a escribir de todos modos, sin importar quién me autorizara o no a hacerlo. Iba a escribir porque me encanta, porque me da la gana, porque yo misma me autorizo a hacerlo— eso me dije. Y luego me pregunté: okay, y... ¿cómo vas a lograr eso exactamente? Esas preguntas hacen que tu cerebro empiece a pensar de otro modo, y ese modo es el que genera las ideas. Así que se me ocurrió una. Busqué nombres, direcciones de correo electrónico, y envié mi idea y mi CV a un editor al que respeto y admiro muchísimo. Siempre digo su nombre: el señor Francisco Vacas. A él le gustó mi idea y creyó en mí. Le gustó, creo, mi entusiasmo. Y así fue que surgió la columna “Ciencia Boricua” en El Nuevo Día, el periódico más importante de Puerto Rico.

Junto al increíble ilustrador Carlos Herrera y la periodista Sara Del Valle, hicimos una columna que tuvo mucho éxito y obtuvo un premio a mejor columna del año. Después de un año y medio escribiendo la columna, gané una beca para hacer investigación en astrofísica en el Harvard Smithsonian Center for Astrophysics y dejé de escribir la columna para trasladarme a Cambridge, Massachussetts, y poder darle toda mi atención al nuevo proyecto.

En Harvard CfA trabajé cuatro años. Eso me abrió las puertas en MIT. Cuando solicité por segunda vez, lo hice porque todavía quería entrenarme formalmente como escritora, pero ya en ese momento era otra persona. Tenía más experiencia escribiendo, y mucha más experiencia como científico. Tuve buenos mentores. De Francisco Vacas obtuve la lección de que lo importante era seguir aprendiendo. Y que tenía muchísimo por aprender. Que cualquier título, sea el que sea, se gana solo con el sudor de tu trabajo.

En M.I.T. aprendí mucho. Mis compañeros de clase eran muy talentosos y aprendí que para progresar en tu arte, en lo que sea que hagas, tienes que dejar de mirar hacia el lado, dejar de compararte con otros, y enfocarte solamente e intensamente en tu trabajo, concentrándote en lo que tú puedes hacer con lo que tienes. Aprendí que tu potencial para tener "éxito" es independiente al potencial del quien esté al lado. Todos tenemos herramientas distintas para trabajar. En M.I.T, tuve la suerte de encontrar a dos escritores que también se convirtieron en mentores y amigos a quienes siempre agradeceré, a quienes adoro y de quien continúo aprendiendo: B.D. Colen me enseño a ser cuidadosa, a saber observar. Alan Lightman me enseño a ser yo misma, a apreciar quien soy y respetarme. Tener mentores que te reten con cariño y con respeto, y que crean en ti, es demasiado importante.

MCV: Has tenido la oportunidad de estudiar en varias instituciones académicas de una composición distinta. ¿Cómo percibiste el rol de la mujer en ellas?

IMV: Ninguna de las instituciones donde he estudiado es perfecta. Todas tienen sus faltas y sus virtudes. Todas tienen gente que hace su trabajo con pasión y con amor, y también quienes no lo hacen de esa forma. En algunas he tenido la experiencia de que discriminen en mi contra por ser la única mujer en la clase y hagan chistes de índole sexual constantemente. En otras me han hecho comentarios ofensivos derivados tan solo del hecho de que soy puertorriqueña y latina. Y en otras he tenido la experiencia de escuchar, durante la primera semana de clases, de más de un profesor, que: “es verdaderamente un honor tenerles como estudiantes”. Recuerdo que cuando escuché esto último por primera vez, miré a mi alrededor, moví mi silla hacia atrás (no puedo ya ni creer que hice eso) y pensé: “¿Se estará refiriendo a mí también o solo a los demás?” Porque la verdad es que uno se acostumbra a ser maltratado, y luego se sorprende cuando le tratan bien. Debería ser a la inversa. Debe uno sorprenderse cuando le tratan mal y esperar ser respetado siempre. Eso tardé mucho en aprenderlo, pero ya lo tengo muy claro. Y aplica tanto a la vida personal como a la vida colectiva, ¿no? Debemos mostrarles a otros cómo debemos ser tratados con dignidad y respeto. Debemos siempre esperar que se nos trate con respeto — de parte de nuestros compañeros o compañeras sentimentales, de nuestros jefes o jefas del trabajo, y de nuestros gobernantes. No debemos esperar menos.

Estando en distintas instituciones aprendí también --- y esta es la que considero la lección más significativa --- que si quieres ciudadanos, profesionales, seres humanos que más tarde te enorgullezca haber tenido como estudiantes, debes creer en ellos totalmente en vez de criticarlos y tratar de derribarlos. Debes demostrarle con tus acciones y tus palabras que esperas lo mejor de ellos. Si esperas lo mejor, obtendrás sorpresas muy positivas. MCV: ¿Crees que el campo de las ciencias está logrando una participación más equitativa de la mujer?

IMV: La participación de las mujeres en las disciplinas de la ciencia, a ciertos niveles, ya es mayor. Sin embargo, cuando llegas a los niveles considerados más altos, la misma proporción no se mantiene. Todavía miras documentales, por ejemplo, y encuentras que emplean cero mujeres o tal vez una, como expertos en un tema. No encuentras muchas mujeres profesoras en los departamentos. Y aquellos a quienes los medios de comunicación usualmente citan como expertos en esta o aquella disciplina, casi nunca son mujeres. A mí eso llega a molestarme. No porque no respete y pueda disfrutar de las ideas de los hombres a quienes usan como recursos, sino porque sé, sé bien, que hay muchas mujeres igualmente preparadas a quienes nunca se les incluye en la conversación.

Creo que una de las razones por las que ocurre todo esto es que todavía no hemos considerado dentro de las infraestructura laboral las necesidades particulares de las mujeres. O digamos, la diversidad de necesidades - porque igual un hombre puede experimentar cosas similares. Muchas de nuestras sociedades continúan haciendo espacio a un numero limitado de roles definidos de acuerdo a estereotipos sobre género. Por ejemplo, tener cuidos en el mismo edificio donde uno trabaja facilitaría el que una mujer que acaba de tener su bebé pueda estar allí si así lo desea. Igual, facilitaría el que un hombre pueda llevar a su hijo al cuido y pueda recogerlo al salir del trabajo para que su compañera o compañero pueda realizar el trabajo que necesite realizar y quiera. Lo que quiero decir es que alcanzar el equilibrio entre el trabajo y la familia es un concepto abstracto. No hemos desarrollado tangiblemente la idea. No existen las herramientas, la infraestructura física y de procedimiento, que facilite esto en nuestro diario vivir. Eso le hace a uno tener que escoger o sentir que debe hacerlo.

La alternativa, si no deseas escoger, y tienes intereses diversos, es hacer malabares constantemente con todas las cosas que son importantes para ti. Eso, o definir periodos de tiempo durante los cuales haces una tarea, seguido de otro periodo durante el cual realizas la otra. Algo así como trabajar en tus sueños de manera intermitente. La cantidad de sacrificios que todo esto involucra es grande. Muchas veces, sin embrago, somos nosotros quienes nos hacemos sentir, unos a otros, aislados y solos al juzgarnos unos a otros por no estar cumpliendo con uno de los roles socialmente ya convenido y aceptado. Esto nos hace la vida más difícil de lo que puede ser.

MCV: ¿Es importante alcanzar nuestro más alto nivel intelectual? IMV: ¿Han visto la película Mona Lisa Smile de la actriz Julia Roberts? Hay una escena de esa película que me provocó pensar precisamente en esta pregunta que me hacen. Es la escena en la cual la profesora (Roberts), se encuentra frente a la casa de una de las alumnas más destacadas y se entera de que esa alumna, aunque fue aceptada a la escuela de leyes, ha decidido no acudir. Para la alumna es más importante desarrollar una familia con su prometido con quien planifica casarse muy pronto. Quiere tener hijos y criarlos ella misma. La profesora, que se muestra bien decepcionada con la decisión de su alumna, le dice algo así como que lo piense bien porque es posible que con el tiempo se arrepienta de no haber aceptado la oferta. Pero la alumna le responde que ella está muy consciente de la decisión que está tomando, y que de lo que sí se arrepentiría sería de no tomarla. Es más, la alumna le dice a su profesora que trabajar como ama de casa no la hace menos profunda, ni la hace menos capaz, menos llena de substancia que quien decidió continuar estudiando. Esa escena se ha quedado conmigo.

Yo creo, con toda mi razón y mi espíritu, que la libertad de una mujer radica en respetarnos unas a las otras y nuestras decisiones particulares sobre cómo llevar a cabo nuestras respectivas vidas en vez de tratar de reemplazar ciertos roles por otros. Creo mucho en ese respeto por nuestra autonomía, en todos los sentidos. Tengo amigas, personas a quienes adoro y respeto, cuya felicidad radica en compartir todos los días con sus hijos en el campo de balompié y vitorearlos, que se sienten orgullosas de que los chiquitos de otras madres las reconozcan y les saluden con besitos y abrazos. Y tengo otras que se sienten orgullosas de su trabajo siendo las primeras en descubrir detalles antes ignorados sobre la historia y la evolución de las nubes de Magallanes. Todas estas mujeres son brillantes, profundas, hermosos seres humanos. Para mí ambas realizan trabajos de mucha honra y muy nobles, y el mérito del trabajo de ambas es independiente uno del otro. Ambas avanzan al mundo de maneras distintas — la una con su ejemplo, la otra con el conocimiento que devela.

Creo que el verdadero feminismo, y con esta pregunta , en mi opinión, estamos hablando de ello; es alimentar la independencia del pensamiento en todos, mujeres y hombres, para poder tomar decisiones de beneficio a la sociedad, no importa el camino particular que se tome para hacerlo. Puede ser que tradicionalmente, la manera en que se contempla el desarrollo del nivel intelectual más alto en un individuo sea a través de un título universitario en una institución validada que como consecuencia genere a quien lo complete la autoridad como experto en cierta área. Pero creo que existen muchas maneras de alcanzar nuestro nivel intelectual más alto y no dependen de una institución, necesariamente. De lo que sí dependen, sin embargo, es de que busquemos y encontremos una manera de retar diariamente nuestra mente, y desarrollar nuestro pensamiento crítico y nuestra forma de comunicar nuestras ideas. A mí me parece que muchos de los conflictos que tenemos con nuestros pares, nuestros vecinos, nuestros gobiernos, resultan en gran medida del hecho de que no practiquemos nuestra manera de expresar las cosas.

Creo que muchas personas tienen muchos sentimientos que no pueden expresar porque no han obtenido las herramientas para decir lo que piensan. Eso hace que uno no sea capaz de defenderse de quienes necesitemos defendernos. De esta forma, dice sea de paso, veo un gran valor en el trabajo de una escritora o escritor: en su manera de decir es que encontramos, muchas veces, la manera para expresar, para decir, lo que hemos necesitado decir por mucho tiempo.

El trabajo de una escritora, entonces, es encontrar esas maneras para decir y legarlo a quien nos lea para que puedan utilizarlo. Pero para contestar la pregunta: creo que esa diversidad de roles de la que hablo, la que veo existe en la vida diaria a mi alrededor, debe ser difundida. Cuando una niña mira al espejo, debe ser capaz de ver las múltiples posibilidades que existen sobre lo que puede ser. Todo eso, de manera colectiva, nos ayuda a alcanzar ese nivel más alto de potencial, como mujeres y como seres humanos. MCV: ¿Que es intelectualidad?

IMV: Pues fíjate, eso a lo que podría uno llamar intelectualidad, no debe ser una definición que resulte excluyente y que se levante como una categoría más que sirva, como todas, para separar a las personas, y sobretodo, para distanciarles de ideas que podrían resultarles interesantes y que sin embargo, ni siquiera llegan a considerar tan solo por el estereotipo asociado a la categoría particular. Creo que usualmente se define así, de un modo excluyente. Para mí, sin embargo, de otorgarle alguna definición, sería la de ese ejercicio de divertirse imaginando, que me parece que puede ser algo así como practicar la flexibilidad del pensamiento. Es algo divertido. Es lo que hacemos todos cuando estamos tranquilos, en calma, pensando en lo que observamos, en lo que estamos sintiendo, y luego seguimos hasta que encontramos las preguntas o las posibilidades de lo que significan las experiencias que vivimos. Yo creo que eso es algo que requiere práctica, y que requiere no darse por vencido, y sobretodo, que requiere no inhibirse, no censurarse uno mismo.

Igual, eso a lo que llamamos intelectualidad puede ser simplemente el ejercicio de mantenerse curioso ante la vida, de seguir aprendiendo, y de leer y leer sobre muchas cosas. Es quizás ese ejercicio de observar y advertir las conexiones entre las cosas, y darse cuenta de que lo que en apariencia no está relacionado comparte muchas características.

Te vas dando cuenta de que, como seres humanos, no sabemos mucho en general. Nos falta mucho mundo por descubrir, mucho universo por explorar, tanto interna como externamente. Y, con respecto a lo que sabemos, te das cuenta de que las incertidumbres son muchas y son grandes. En cierto modo, te obliga inclusive a tener humildad con respecto a lo que somos cada uno como individuo y de manera colectiva.

Y lo que a mí me parece interesante es que creo que lo que motiva ese ejercicio de imaginar es ese estado en el que estamos. Vivimos en dos espacios. El primero, es lo que llamo esa especie de espacio local, imponente e intenso— eso que compone la vida diaria en nuestro entorno más próximo-- donde tenemos las ideas que recibimos de nuestra familia, el cónyuge, las expectativas colectivas sobre lo que es el éxito y lo que es la derrota, lo que otros esperan de uno, lo que uno cree que otros esperan, las convenciones sobre lo que es importante, por ejemplo. Y, simultáneamente, pertenecemos también a un segundo espacio más grande --como vecindad, como país, como planeta y luego como parte de un universo cuya magnitud no es tangible, y dentro del cual no somos esenciales, sino pequeños, inconsecuentes.

Estar conscientes de que habitamos simultáneamente ambos entornos, local y no local, es lo que, pienso, genera la tensión que heredamos y que conocemos como cotidianidad, como las condiciones diarias que componen y dan forma a nuestra experiencia diaria, es lo que nos provoca esa curiosidad del pensamiento, de la imaginación. Pero es también, quizás, lo que coloca todo en perspectiva. Mucha gente piensa que ver la vida considerando esa dualidad, es especial ese segundo espacio, el que nos hace pequeños, es un tanto deprimente porque le quita el sentido a la vida, pero yo pienso que sucede lo contrario.

Saberse habitante de ambos entornos es lo que te ofrece perspectiva. Es lo que te recuerda que todos estos términos con los cuales nos definimos a veces, son también convenciones, constructos que ya hemos aceptado como si fueran realmente cosas que de algún modo nos describen sin equivocación. Pienso que estar consciente de que habitamos esos dos espacios es lo que provoca que surja en nosotros eso que para mí es intelectualidad: esa capacidad de imaginación que se nutre de lo que existe y de lo que inventamos, o que construye lo que inventamos sobre lo que es, para que poder sobrevivir.

MCV: ¿Por qué una carrera en medicina ahora? IMV: Siempre estoy preguntándome cuál es el significado de la vida, qué sentido tiene hacer todo lo que hacemos. Y cierto momento dado decidí que quería hacer algo que me obligara a estar dentro del mundo participando activamente. Lo que pasa es que tenía muchos intereses, como la física y la astrofísica y quería satisfacer esas curiosidades primero. Pero un día, cuando trabajaba en el centro de astrofísica, después de haber pasado ocho horas corridas sentada en mi escritorio programando, me sorprendió darme cuenta de que no había conversado con nadie en todo el día, y que al final, no era nada tan esencial lo que había logrado hacer aquel día. Sentí que tenía que seguir adelante y hacer algo que requiriera participar en el mundo.

Aunque me perdiera de estudiar cosas que la mayor parte de gente nunca ha visto, como es el caso de la astrofísica, y que resultan realmente fascinantes, ese contacto humano me hacía falta. Hice la prueba trabajando como intérprete médico por unos años y descubrí que escuchar las historias de otras personas, y asistirles en sus momentos de mayor vulnerabilidad, como es el caso de un paciente en un hospital, me hacía sentir intensamente feliz. Nunca me había sentido tan útil en mi vida. Inclusive los días cuando no me sentía bien, estar en el hospital ayudando a alguien me hacía sentir feliz, me daba energía. Y, realmente, nunca me he sentido tan feliz como me sentía estando allí, así que decidí que eso era lo que quería hacer. Y por eso, me encuentro ahora en la escuela de medicina.

Ha sido uno de los caminos más difíciles que he tenido, y promete ser aún más difícil. Pero siento que sé dónde quiero estar, y sé lo que estoy buscando. Cuando trabajaba de intérprete, recorría todas las áreas de los hospitales y lo que siempre llamó mi atención y me conmovió fue ayudar a personas que no tenían ninguna otra manera de obtener ayuda médica. Ayudar a personas que para efectos del estado, ni siquiera existen. Son invisibles. En la mayoría de los casos se trataba de inmigrantes que trabajaban dos o tres empleos todos los días, sin días libres, y sin poder atender su salud adecuadamente. La sala de emergencia y sus médicos era el único lugar en el mundo donde estaban seguros, donde alguien podía escucharles y ayudarles, donde había algún tipo de enlace con la comunidad más grande. Hubiese querido contar con más herramientas en aquellos momentos para tener más que darles, pero aún contando solo con un lenguaje, un idioma, en común, sentía y veía que podía serles útil. De esa utilidad que sentía tener es que derivaba energía. Me hacía olvidar cualquier problema que tuviera ese día, cualquier frustración. Regalaba palabras de aliento, y también las recibía.

Eso fue lo que me hizo decidir que quería tener un trabajo que fuera de beneficio a los demás y que me ayudara a recordar que soy parte de algo más grande que mi pequeña vida, que también aquí en el planeta soy pare de algo más allá de lo que yo llamó mi “universo local” — las convenciones sociales, las categorías, las clasificaciones, las expectativas, las jerarquías. De hecho, en los días cuando se me hace difícil un examen o algo así, cuando pierdo la perspectiva, o cuando me desanimo, eso es lo que recuerdo, y todo vuelve a su lugar de calma. MCV: Háblanos sobre tu experiencia en las letras y su impacto en tu vida.

IMV: Hay muchos sitios donde se encuentra la alegría y el sentido de vivir. Uno de esos lugares es en un libro que alguien más haya escrito. Específicamente, ese momento cuando uno se encuentra tan íntimamente habitando el universo de quien escribió.

Otro lugar de alegría es el instante cuando uno está siendo útil en el mundo. Y otro es cuando uno encuentra o ensaya las maneras de contar una historia que uno siente inmensos deseos de poder contar, cuando uno comparte una idea. Desde chiquita he contado historias — en poemas a mi mamá, en los cuentos que hilvanaba cuando estaba sola, en la novelas inéditas que escribí cuando tenía siete años y que mostraba a la Sra. Molina, la bibliotecaria de la escuela donde estudié y quien me enseñó no solo amor a los libros sino respeto por el trabajo que ellos representan. Y aunque he escrito toda mi vida, hace solo ocho años escribí mi primero libro, La última caricia.

Quería contar una historia que tuviera en otros el mismo impacto que habían tenido en mí las historias que yo he amado. Y me puse a contar la historia de las personas que donan sus cuerpos a la medicina. Todo empezó por causa del instante mientras tomaba un curso de anatomía, cuando tuve sobre mis manos el cerebro de un donante. Es una experiencia bien extraña y bien particular. Nunca he podido olvidarla. Era bien extraño saberme sosteniendo el lugar donde se habían formado tantas memorias de cosas que yo jamás sabría, de cosas que ni sospechaba y que igual habían sido parte de la vida de otro ser humano. Era inconcebible la idea de que aunque sostenía físicamente el lugar, no podía acceder a él. Recuerdo esa sensación y todavía me conmueve ese recuerdo. Es la experiencia más extraña que he tenido. Una de las más impactantes. Y me pareció tan justo, tan poéticamente justo, que no tuviéramos acceso a todo en un ser humano. Con toda la información que generamos todos los días, todas las imágenes a las que somos expuestos, todos los datos, aún así hay algo que todavía yace absolutamente impenetrable.

Algo que queda absolutamente privado y secreto, y desaparece dentro del mismo cuerpo que lo contuvo. A mí me gustan esas historias de cosas para las cuales todavía no tenemos palabras y para las cuales todavía estamos tratando de construir un vocabulario con qué expresarlas. Para mí el impacto de la literatura, de las letras, es dejar un legado a los demás que sirva para que otros puedan descubrir cómo decir aquello que siempre han necesitado saber decir.

MCV: ¿Cuál consideras tu rol en la lucha por la equidad de géneros?

IMV: Creo que todos y todas tenemos un rol en la lucha por la equidad de géneros. Y aunque podamos pensar que tenemos que convertirnos en activistas profesionales para ejercerlo, pienso que es mucho más accesible que eso. Aprendí, por ejemplo, mucho de mis tías y mi madre sobre lo que significaba ser una mujer, y también aprendí mucho de mi padre y de los hombres que estuvieron en mi entorno mientras crecía. Aprendí de la vecina que prendió en fuego el auto de su esposo después de que él le hubiera dado golpes a ella.

Aprendí de cómo mi padre, que siendo excelente padre conmigo, le gritaba a mi madre como si fuera una niña, y luego me enseñaba a mi cómo defenderme de los hombres que gritaban. Aprendí de la vecina que conducía su auto con mucha seguridad en sí misma, de la tía que se divorció y manejaba todo con tanta energía y gracia ella solita, de las parejas de amigos donde ambos se hablaban y trataban con respeto y ternura, de los profesores de física que hacían chistes comparando cantidades físicas con el cuerpo de una mujer siendo yo la única mujer en sus clases.

Y, simultáneamente, aprendí de las mujeres que conocía a través de los libros. Así que, quiero que mi rol sea mi ejemplo, no lo que hablo sino lo que hago y cómo lo hago, en mi casa con mis niños y en mis libros. Estoy de acuerdo con que no existe argumento más convincente y transformador que las acciones de un individuo. ¿Cómo tratas a las mujeres de tu vida? ¿Hablas mal de ellas a sus espaldas? ¿Las críticas? ¿Te ríes de sus pérdidas o derrotas? ¿Acaso las celebras, las apoyas? ¿Las felicitas? ¿Tratas de entenderlas, aceptarlas y recibirlas tal y como son, sin juzgarles, dándoles la oportunidad de expresarse? Creo que con poco, con acciones pequeñas pero constantes, se logra mucho.

Creo que parte de esas acciones pequeñas incluyen el perseguir y completar tus sueños. La representación importa. Y solo se alcanza cuando alcanzas eso que quieres alcanzar. Tú eres quien haces, con tu vida grande, con tu vida pequeña, que ese catalogo de posibilidades sea más amplio. Y que uno niña, en alguna parte del mundo, una niña grande o una niña adulta, se mire al espejo y al verte, se vea ella misma. Eso me consta.

MCV: ¿Cuáles son tus metas personales y profesionales a largo plazo?

IMV: Yo quiero dejar un legado en quien me conozca de alguien, un ser humano, Puertorriqueña pero ciudadana del mundo, que vivió hasta que ya no pudo más. He visto muchas personas que han muerto ya desde los veinte y tantos años. Siguieron el modelo de la sociedad que instruye a todos a que hay ciertas cosas que tienes que lograr a cierta edad, que a esa edad debes lucir de tal modo y ponerte tal ropa ahora y no después, etc. Creo que las convenciones que tenemos sobre lo que debemos ser a los veinte, treinta, cuarenta, sesenta, setenta, nos hacen mucho daño. Laceran nuestro espíritu y nuestra imaginación. Hay mucha gente que hace su carrera, se casa, tiene su auto y su casa propia y con eso ya terminaron la vida. Son todo lo que pueden ser. Y así dejan morir sus sueños, y se van a la tumba con sus sueños, con sus libros, sus canciones, sus ideas de negocios, el amor de sus vidas, sus pinturas, etc.

Alguien dijo que no es en al Ártico donde se puede excavar y encontrar recursos preciosos: es en el cementerio, porque es allí donde nos vamos con todo lo que no nos atrevimos a dar solo porque “ya estamos viejos”, porque “ya es tarde”. Hace un tiempo leí un reportaje en el periódico sobre una mujer de unos ochenta años, en Puerto Rico, que acaba de graduarse de escuela superior y se propone trabajar en un cuido de niños. Tiene ochenta años. Y ahora que me encuentro estudiando para un examen importante de medicina tengo como compañero a un hombre de unos sesenta años. Y así hay múltiples ejemplos de seres humanos que han extendido su vida viviéndola.

El espíritu humano no tiene fecha de caducidad, y el cuerpo, al menos eso intuyo; deriva su energía y su vitalidad de ese espíritu y esos sueños que no dejamos morir. De modo que, te diría que, si me conoces ahora no me has conocido todavía porque me falta mucho por hacer. Espero que el universo me permita la alegría de ayudar a alguien en el hospital, de escribir libros que conmuevan a algún lector o lectora, y de criar hijos que puedan servir a los demás con empatía, y vivir con felicidad. Y aspiro y trabajo para ser recordada por mi compañero, cuando llegue el momento, como el amor de su vida.

MCV: ¿Qué te hace una Mujer con Visión? IMV: Lo que yo interpreto como una persona con visión, sea mujer o sea hombre, y a quien reconozco como tal cuando le conozco, es aquella persona que marcha a su propio ritmo individual, que no está pendiente de lo que hace el otro o la otra para luego sentirse fatal o envidiarle. Una persona con visión tiene miedo pero se lanza de todas formas, falla muchas —muchas— veces, incluso puede llegar a deprimirse muchísimo (es decir, es imperfecta) pero se levanta de nuevo, innumerables veces, sin rendirse jamás porque tiene claro a dónde quiere ir, y si no, sigue buscando. Y aunque no en todo momento es ejemplar, sigue trabajando duro en su interior por aquello que le parece noble, y por ser un ser humano justo.

Una persona con visión respeta la voz de los demás pero también respeta sus propias ideas, y le deja espacio a su imaginación para que explore, pregunte y converse en libertad.

Una persona con visión respeta el organismo que vive dentro de sí misma, y sabe, intuye, que a quien debe aspirar a acercarse es a esa niña o niño que fue un día y, que sin saber mucho aún, ya sabe bien que el espíritu humano es invencible, que la imaginación es una destreza que te asegura felicidad, y que la magnitud de las alas que podamos tener depende de las alas que compartimos con todo lo que nos rodea, ese universo gigante del que somos parte.

 

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