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CAMINANDO SOLA: EL DUELO TRAS EL DIVORCIO


Cuando mi segundo matrimonio culminó en un divorcio a fines de 2012 jamás imaginé cuan difícil sería comenzar desde cero, nuevamente. Me divorcié en 1999 con apenas 27 años y una niña de dos, producto de esa unión. El segundo divorcio me encontró entrando en mi cuarta década y con muchos sueños que, de repente, quedaban rotos. Esta vez tenía dos hijos más y una hijastra a la que adoro. No era fácil echar a andar sola. Sentía que el mundo se me venía abajo y estaba caminando sola y sin brújula.

Durante los primeros meses pasé por las etapas de duelo que son comunes en este tipo de situación. Según los expertos hay cinco etapas de duelo: Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación. Si aceptar la disolución del vínculo matrimonial es difícil, peor es enfrentarlo junto con una batalla de custodia, conflictos y una nueva realidad económica. A esto se debe sumar el torrente de emociones que llegan en el momento menos indicado. Recuerdo llorar al ver a una pareja con sus hijos en el cine o como cuando una hora más tarde que un amigo me abrazara, romper a llorar sola en mi auto parada frente a un semáforo sin siquiera poder proseguir la marcha de mi auto.

Al principio resistí el duelo. Visitar una terapista semanalmente me ayudó mucho durante esas primeras semanas. Siempre había sido yo la que cuidaba de todos en el hogar, pero era hora de cuidarme yo. Lo peor era que no sabía cómo hacerlo. La ansiedad a lo desconocido me invadía a cada momento. Estaba en negación. Pensé que mi esposo regresaría y que en par de meses volveríamos a ser la familia de siempre. Pero eso no pasó. Lo que si pasaron fueron varios meses donde apenas me atrevía a salir a disfrutar de las cosas que más amaba. Abandoné el yoga, el Spinning y correr, actividades que siempre me ayudaban en el manejo de mis emociones y a canalizar pensamientos y energía. Estaba en guerra con mi vida y mi destino. Me resistía a ser una mujer sola.

Al cabo de dos meses, comencé a salir de mi burbuja. Aunque no estaba practicando yoga, decidí adoptar mi propio mantra: “Fluye sin expectativa”. Cuando los días se tornaban duros, me repetía mi mantra hasta el cansancio. Me comencé a dejar querer…por mis amigas, mis amigos, mis hijos, mis padres y hasta mis compañeros de trabajo. Necesitaba el amor de otros para poderme sostener en tierra firme.

Luego vino la fase de la ira. Esta estuvo acompañada de la petición de divorcio por parte de mi expareja luego de casi 6 meses de marcharse del hogar. Fue la etapa donde también me rebelé contra mi fe. Tuve ira con Dios. ¿Cómo permitía que esa familia que tanto sudor y sacrificio me había costado se desmoronara? Una antigua vecina, que había perdido a su hermana muy joven por una enfermedad terminal e inesperada, me ayudó a entender que esto era un proceso natural y normal. Aunque fue una etapa corta fue en ese momento que comencé a ver que una vida sola era algo real, tangible y posible.

Los expertos en psicología dicen que la tercera etapa del duelo es la de negociación. Estaba dejando atrás la culpa y aprendiendo a aceptar mi realidad de mujer soltera. Salí en par de citas, pero confieso que en cada cita veía potenciales banderas rojas que me hacían huir y no querer relacionarme con nadie. Fue durante esos meses que la vida me trajo un gran regalo. Tras el fallecimiento de un amigo de universidad pude reencontrarme con mi gran amor y alma gemela a quién no veía hacía 20 años. Y fue así, en el medio de un funeral, que recibí el abrazo que me devolvió a la vida. Sentí que respiraba tranquila por primera vez de la pesadilla vivida en los últimos 6 meses previos. Cuando llegué a casa, mi hija mayor, me dijo que nunca me había visto tan feliz. Estaba sorprendida de la sonrisa que ahora se dibujaba en mi rostro. Esa noche pude dormir por primera vez en cinco meses sin ayuda de medicamentos recetados para conciliar el sueño.

Pero como no todo es perfecto, mi gran amor ahora tenía una familia y yo no tenía cabida en su vida. Poco duró la ilusión. Sin embargo, con renovadas ganas de vivir, pude abrazar lo que la vida me ofrecía: una bella amistad. Gracias a su presencia pude navegar las semanas previas al divorcio con mucha seguridad. Hasta que llegó el gran día en la corte. Fue ese día que llegó la depresión. El día de la vista mis emociones comenzaron a dominar mi razón. Recuerdo llorar en el estrado según el juez me iba preguntando sobre la disolución del vínculo matrimonial. Fueron muchas las semanas posteriores al divorcio donde me sentí triste y desganada. Aunque había aceptado que me tocaba seguir caminando sola por la vida, confieso que la peor etapa fue la primera Navidad sin Papá en la casa. Me quería esconder y no salir a ninguna fiesta o actividad. Me dolía mi corazón con cada decoración navideña que ponía en la casa. El show debe continuar, me repetía una y otra vez. Pasar algunos días sin los niños me sumió en un abismo mayor. Sentía que la casa se me caía encima y lo único que deseaba era huir y escapar de mi propia vida. Fue justo en esa Navidad que iniciamos con las visitas de la Trabajadora Social del Tribunal ya que Papá solicitaba custodia compartida. Mi dolor no podía ser mayor. Con cada evento sentía que la depresión me atrapaba. Mi psicóloga, muy bien intencionada, me refirió a una psiquiatra mientras que mi doctora de cabecera me hacía una receta de antidepresivos. Ambos papeles los rompí en mil cantitos. Me dije “De este hoyo sales SOLA”. Confieso que me tomó 6 Navidades recuperar mi espíritu navideño. Los primeros 6 años no fueron fáciles, pero este año me sentí feliz de celebrar.

La aceptación llegó durante las primeras semanas de 2013, doce meses exactamente luego de la separación. Ya no era la misma persona de antes. Pero nuevos proyectos profesionales y educativos me impulsaban a aceptar la nueva realidad. Yo tendría que buscar la forma de crecer mi salario. Para eso era esencial aprovechar todas las oportunidades que mi patrono ponía a mi disposición. Decidí abrazar la vida sola y caminar por una senda desconocida.

Superar un divorcio o separación no es fácil, pero siempre me repetí que llegué sola al mundo y sola debería continuar mi marcha. Uno se cuestiona muchas cosas tras un divorcio, lo cual es perfectamente normal. Lo que no es normal es que el trauma nos marque de manera negativa. Mi expareja se encontraba rehaciendo su vida y no me quedaba más que desearle mucha felicidad desde mi interior. Hoy, 6 años luego de esa experiencia de vida, siento que era necesario enfrentarla y vivirla para hacerme mejor mujer, madre y profesional.

 

Brenda Reyes Tomassini es relacionista profesional, bloguera e instructora de ejercicios. Puedes seguirla en su blog guaynabocitymom.wordpress.com

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