El sexo y la sexualidad en los hombres
Si de algo sabemos nosotros es de sexo. Recuerdo conversaciones de joven con varios amigos (cuyos nombres me reservo porque de mencionarlos mis días sobre la tierra serían muy cortos) donde se mencionaba el tema frecuentemente. Nosotros conocíamos el 69, el misionero y otros de la jerga común, pero también las cuatro posiciones, la danza india, el watusi africano y la higüerilla. Sé que olvido otros y que ya me los recordarán los susodichos en algún mensaje de féisbuk. Pero sí, sabíamos y sabemos todo de sexo. O eso creemos…
Para los hombres, en general, hablar de sexo es hablar de relaciones sexuales o de objetivación de la mujer. Así crecimos, así compartimos y así anduvimos por nuestras experiencias sexuales. Ese tipo de pensamiento es producto de la cultura machista y de la falta de educación que, tristemente, no ha cambiado mucho en los hogares y escuelas del país. Equiparar sexualidad con relaciones sexuales es un error que nos ha empobrecido grandemente y nos ha dejado sin herramientas para detener la violencia de género, tanto física como psicológica.
Casi todos los hombres hemos sido verdugos y víctimas de un conocimiento sumamente limitado del significado de la sexualidad masculina y las relaciones con otras personas, ya sean casuales o íntimas. Igualmente, hemos promovido consciente o inconscientemente esas mismas actitudes. Por acción u omisión, hemos sido la mayor parte del problema. Sin embargo, la coyuntura actual nos permite dar el paso para el cual nunca tuvimos el valor: el apoderamiento de la mujer en el ámbito global es el momento perfecto para detener nuestra mentalidad machista, reconocer errores del pasado y hacer todo lo posible para adelantar la equidad de géneros. Podemos aprovechar que está “in” para no sentirnos “fuera de grupo”. (Nota: La mejor forma es por convicción, pero de cualquier forma está bien. Lo que tenemos que hacer es comenzar por algún lado.)
Sea cual sea nuestra razón, ahora es el momento. Muchos estudios dicen que los millenials, a los cuales no pertenezco, están tomando roles más proactivos en la crianza de los hijos, la vida familiar y las labores del hogar. Es decir, ya esas cosas no se ven como “de nena” o “afeminadas”, sino como algo normal en el ser humano que no se determina por género. Ese es un gran paso social. Ahora, los más viejitos o los que aún viven en comunidades patriarcales (como sucede en casi todo Puerto Rico), debemos tomar acción para lograr que esos modos de vida sean la nueva norma.
Comencemos por hablar con franqueza de sexo y sexualidad. Busquemos información en fuentes fidedignas y de vanguardia. Evitemos los estereotipos, reconozcamos los errores pasados y abramos nuestras mentes a posibilidades de equidad y verdadero entendimiento. Seamos comprensivos, proactivos y vocales.
Yo fui un machista empedernido. Aún quedan en mí vestigios de eso. Tuve la dicha de mezclarme con mujeres maravillosas a través de esta revista y ahora tengo mucha más conciencia de conductas tóxicas en mí y en los demás. No he llegado a la meta y sé que ni siquiera estoy cerca. Solo he aprendido a dar los primeros pasos y a agarrar las manos de personas valiosas que siguen enseñándome el camino correcto. No he perdido absolutamente nada en ello, excepto el miedo. Más aún, he ganado respeto por mí mismo y por los demás. Me he quitado la costra de los ojos, la boca y la mente. Poco a poco empiezo a ver que sexualidad no es solo sexo y que las mujeres son exactamente iguales a mí.
Hagámonos el propósito de comenzar ese camino. Aprendamos y eduquemos sobre la importancia de la sexualidad y su diferencia con el sexo. Seamos tolerantes y comprensivos, anteponiendo el amor en cualquiera de sus formas a los prejuicios en todas sus formas. Tiremos paredes y abramos ventanas para que nuestros hijos, familiares y pares también puedan ser parte de un mundo equitativo.