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Chinchorreo en el Noroeste


Después de estar un año y tres meses viviendo en Nueva York quise regalarme unas mágicas vacaciones navideñas, y en donde mejor que en Puerto Rico. Llegué un 24 de diciembre, en la cúspide de navidad diría yo. Tenía claro las cosas que quería hacer y los lugares que quería visitar aunque no tuviera un itinerario específico. De las pocas cosas que si planifiqué fue un chinchorreo. Siempre había querido ir a uno y ahora de Boricua fuera de la isla, estaba en los ‘top’ de mi lista. Escogí el Chinchorreo del Noroeste de Mujeres Con Visión junto a la gente de Ríos, Charcas y Cascadas de Puerto Rico.

Había asistido a una bicicletada anterior de la que tengo muy gratos recuerdos y decidí que esta iba a ser el “highlight” de mi viaje. Lo primero que hicimos fue visitar el Túnel de Guajataca. Ya lo había visitado antes, pero siempre es bueno regresar a las cosas hermosas de tu país. Luego nos estacionamos a un lado de la carretera numero dos, en la cuesta de Guajataca y comenzamos a caminar bosque adentro en lo que parecía ser un lugar aleatorio. Confiada en Tito, nuestro guía, quien llevaba la monoestrellada en su camisilla, emprendimos una caminata de 20-25 min por un sendero apenas visible. Los estragos de María eran notables en cada vuelta que tomaba y entre hacer el limbo con arboles caídos y azotarnos con varitas, ya después de 10 minutos éramos todos buenos amigos. Nos ayudamos mutuamente y nos llevamos un espectáculo de la madre tierra; había San Pedritos y ese animal que depende de que pueblo estés se llama gongolí, gongolón, gungulein, etc. Llegamos hasta la majestuosa entrada del Túnel Negro. O sea, me crié en Isabela y no sabía de este lugar mágico. ¡Qué mucho nos falta como boricuas por conocer de nuestra isla!

El túnel era completamente a oscuras, sentir ese sentimiento de estar perdido mezclado con apreciación a aquellos Boricuas del pasado que se las ingeniaron para crear este sistema de transporte que muy bien que nos vendría hoy día. Al otro lado estaba el tesoro, el río Guajataca se asomaba cristalino y misterioso. Había una escalera trepando un árbol para tirarse al agua y la escenografía seguía igual de hermosa, con múltiples arboles, plantas y animales autóctonos. Tito nos explicaba la historia del tren, del pueblo puertorriqueño y contestaba nuestras preguntas sobre nuestro alrededor. La pasamos excelente, fue una experiencia inolvidable para tomar consciencia de lo que nuestra isla tiene y como yo puedo contribuir a esta.

Luego visitamos las Ruinas de la Ermita de San Antonio de Padua de la Tuna y el Palacete de los Moreau. De ahí terminamos con un espectacular anochecer en la Villa de los pescadores en mi pueblo de Isabela.

Como bien dice el dicho “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, las cosas sencillas de mi Puerto Rico tenían ahora para mi un valor incalculable. Ya sé, están hartos de leer de Puertorriqueños que abandonamos nuestra patria para después estar llorando por Medallas en Facebook.

Y es que extraño a mi isla como jamás imaginé que podría y esta experiencia me mostró lo bendecida que soy de llamar este mi Hogar, aún en la distancia. Y tú que me lees, que estás en Puerto Rico descubre lo que tienes, valóralo y sobre todo cuídalo para que tus próximas generaciones se sientan igual de orgullosas que yo de llamar a esta isla mi Patria.

 

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