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Bogotá, Zipaquirá y Guatavita


Aunque Colombia nunca estuvo en la larga lista de destinos que quiero visitar, puedo decir que cuando vi el precio de los pasajes no me tomó más que unos segundos para saber que esta visita sería una realidad. Pues la amiga que me acompañó ya tenía un presupuesto limitado y yo lo vi como una fantástica opción para un viaje corto. Y es que Bogotá está a unas dos horas y medias de San Juan, no hay que obtener visas y con el pasaporte basta. Los hoteles, aunque hay algunos carísimos hasta para nosotros, se consiguen muchos a precios muy razonables e incluyendo desayunos al estilo bufet. Así que, si me preguntan, les digo que Colombia es una alternativa relativamente módica para hacer un viaje de aventura y pasarlo muy bien. Eso sí, hay que saber en qué área quedarse y definitivamente quedarse en hoteles. Pues los mismos proveen seguridad, servicio incomparable, asisten y tienen taxistas de confianza que no tan solo llevan a uno a dónde desee ir sino que lo acompañan durante todo el día. Aunque se quede en un área segura, al igual que en otros destinos, Colombia no es un lugar para ir a llamar la atención ya sea con prendas o aires de adinerado. Pues se vería uno como un turista de esos que no caen bien en un país donde hasta el más pobre tiene clase.

Pero antes de mencionar donde me quedé déjenme explicarles sobre las zonas turísticas en dónde quedarse en Bogotá. Entre ellas está la zona histórica de la Candelaria, la Zona G, la Zona de Parque 93 y por último la Zona Rosa. En la zona histórica de la Candelaria se encuentran los famosos museos del oro y el de Botero pero no es un lugar seguro para quedarse. También se encuentra la famosa plaza de Simón Bolívar en adición a otras plazas más pequeñas, mercados y áreas con estructuras históricas que en un día se ven. La Zona de Parque 93 queda al norte de la Zona Rosa y se encuentra bordeando el parque de la calle 93. Dicen que también es una zona segura pero algo distante de todo y por lo que hay que estar moviéndose en taxis. Aunque por todos lados en la ciudad se encuentran restaurantes muy buenos, la Zona G se conoce básicamente por su gastronomía.

La Zona Rosa, dónde nos quedamos, es el área donde se encuentran las barras, discotecas, restaurantes y tiendas de diseñadores exclusivos. Para muchos es la zona turística para los fiesteros pero en realidad es un área muy diversa, rodeada de residencias para personas adineradas y una zona muy segura. Nosotras nunca salimos de discoteca y aunque caminamos por todos lados nunca las vimos. Lo que si disfrutamos fue la variedad de restaurantes, cafés y tiendas que existen por todos lados, de fácil acceso y entremezcladas de estampas autóctonas. También como se puede ir a todos lados caminando se experimenta de una manera muy orgánica y de primera mano, lo que para nosotras era absolutamente divino sobre todo porque fuera de esta área había que moverse siempre en taxi.

Tan pronto como se comienza el recorrido del aeropuerto el Dorado hasta el hotel se siente una marcada diferencia de clases. La infraestructura, el área residencial y los comercios que bordean la Zona Rosa mostraban un claro deterioro y los rastros de una vida menos privilegiada. Nuestro taxista, cruzaba la capital por las calles laterales quizás para evitar el tráfico de las barras y restaurantes que tendríamos convenientemente como vecinos pero que el evitaba tomando calles que a cualquier viajero experimentado le da un mal sabor. En una de ellas vi un área completamente desolada y lo único que se veía era alguien durmiendo en la acera debajo de un foco de luz. En esa calle que parecía ser principalmente comercial no se veía a nadie. Pero tan pronto entramos a nuestra zona todo se llenó de luz, de personas y comercios abiertos. Se veía la modernidad y la vida privilegiada en un país que está mostrando los principios de un progreso económico significativo. Ese pasado de carteles del narcotráfico y de ser percibido como un país peligroso yo no lo sentí. A decir verdad, solo me sentí intimidada en dos ocasiones; durante el camino hacia el hotel al llegar y al entrar caminando a la zona histórica. La primera porque me dio miedo de que el taxista me estuviera dando vueltas para cobrar más dinero y la otra porque me sentí blanco para todos los que trataban de sacarle hasta el último centavo a los turistas. También porque un ejecutivo se nos acerco y nos dijo que no sacáramos los celulares. Fuera de eso de verdad que me sentí en casa tanto así que en más de una ocasión salí a caminar sola.

Nuestra primera salida fue a la Basílica de la Monserrate, un santuario localizado en el cerro de la Monserrate al costado de la ciudad y solo accesible por teleférico o por una vereda para caminantes. Mientras estuvimos arriba vimos como muchas personas tomaban la vereda, hasta había quien lo hacía corriendo. Pero para nosotras que somos caribeñas y vivimos al nivel del mar habría sido un verdadero viacrucis pues el santuario se encontraba a un poco más de 10,000 pies sobre el nivel del mar. Lo que habría representado un esfuerzo físico tremendo para nosotras. Así que tomamos el teleférico y caminamos hasta la basílica, pero por la ruta corta, y aun así sentíamos los efectos de la altura. A pesar de ello, ambas quedamos muy satisfechas de haber ido pues la basílica con sus vistas, jardines, hermosas estampas religiosas y arquitectura es definitivamente un lugar muy especial. Ya luego de visitar la basílica decidimos bajar a la base del cerro y caminar hasta el centro histórico. Por fortuna justo al bajar y casi de frente escondido detrás de un muro inmenso nos encontramos con la Casa Museo Quinta de Bolívar. Fue allí donde vivió intermitentemente el Libertador con su mujer, Manuelita Sáenz, una revolucionaria e imponente ecuatoriana muy adelantada a sus tiempos. La casa museo es un lugar sencillo no muy grande pero lleno de historia y artefactos fascinantes. A nosotras nos gustó mucho y de haber tomado un taxi jamás habríamos visitado este lugar.

Caminar de la Quinta de Bolívar al centro histórico no debió ser mucho más de media hora siguiendo las fuentes, un paseo peatonal que llevaba justo al parque de los periodistas y de allí a una cuadra al Museo del Oro. La caminata fue divina, pudimos ver mucho y casi siempre estuvimos rodeadas de estudiantes, pero tan pronto nos acercamos al museo cambió la vibra. En esta área había muchos turistas y muchos vendedores, en adición a los profesionales que trabajan en el área. El acercamiento de algunos de ellos era demasiado agresivo y casi se sentía como un desprecio no comprarles. Uno que otro me trató con rudeza al yo no mostrar interés en sus artesanías. Pero solo allí pues en ningún otro lugar que visitamos nos pasó. En general la gente se portó muy bien con nosotras.

El Museo del Oro, el de Botero y la plaza de Bolívar son lugares que no se deben dejar de visitar. Aunque el área histórica es intensa y dónde hay que ser cauteloso, es un lugar de una arquitectura hermosa y definitivamente son visitas obligadas. Los museos son de espectáculo, las piezas que se exhiben en el Museo del Oro son indescriptibles e imposibles de ver en otro lugar del mundo. Lo mismo que el Museo de Botero, no es posible ver una colección más completa del artista en ningún otro lugar pues fue el mismo quien donó sus obras a su tierra natal. Solo pagamos entrada al Museo del Oro pues el de Botero es gratis. Como resultado en el de Botero nos entremezclamos con estudiantes y personas diversas mientras que en del oro solo había turistas. De ahí caminamos a la plaza de Simón Bolívar y en donde había lo que parecía ser una demostración pacífica. A pesar de que la plaza es inmensa, era notable la presencia de una cantidad sustancial de personas participando de la demostración. Nosotras, nos sentamos en las escaleras de la catedral como muchos profesionales jóvenes que ya allí estaban para ver, descansar y coger un rayito de sol. Desde allí se podía ver la arquitectura de los edificios de gobierno que bordean la plaza y la cual podría fácilmente confundirse con una de las de España. Y es que Bogotá al igual que muchos países latinoamericanos tienen mayor similitud en estilo de vida e infraestructura a Europa que a Norte América.

Fuimos también a la Catedral de Sal en Zipaquirá, localizada a unas cuantas horas de la capital. Esta catedral ha sido tallada dentro de la montaña en los depósitos de sal, en una mina de sal. Utilizando sabiamente las estructuras naturales diseñaron las estaciones del viacrucis que van llevando por laberintos y pasadizos a la parte más profunda de la catedral, a la cúpula central. Una inmensa y espectacular cúpula tallada en la roca en donde se celebran las misas. Este lugar con un diseño moderno y minimalista con efectos de luces, esculturas y tallas logra una experiencia incomparable. Que atrae a miles de turistas al año. Aunque es una atracción turística y está llena de tiendas, es un lugar muy especial y que merece una visita.

No es posible viajar y disfrutar lo mejor del país que se visita sin hacer la debida búsqueda entre las distintas plataformas para viajeros. Cada país tiene una página de turismo donde reseñan los mejores lugares para visitar, pero son los viajeros experimentados los que los ponen en justa perspectiva. Por ejemplo, yo me mantuve buscando y leyendo sobre lugares aun desde el hotel. Gracias a eso es que pude elegir nuestro destino más importante y pude darme cuenta cuando nuestro chofer no sabía cómo llegar a la Laguna de Guatavita y nos había llevado a la represa de Guatavita. Para el que no sabe no parece haber diferencia, pero cuando se compara una represa con un lugar sagrado enclavado en las montañas uno no es substituto del otro. La laguna de Guatavita es de donde se extrajeron las piezas de oro que se exhiben en el Museo de Oro y el origen de la famosa leyenda del Dorado. Un lugar remoto, de accesibilidad moderada pues tiene tramos en tosca, pero absolutamente necesario visitar. El centro de visitantes es tan sencillo como el que tenemos en el Centro Ceremonial Indígena de Utuado, pero igualmente importante. Caminamos con un guía, muy conocedor y considerado, pues la laguna queda a casi 10,000 pies de altura sobre el nivel del mar y es necesario hacer la escalada con muchas paradas para recobrar el aire. Tanto al caminar como la vista de la laguna al llegar se sentía un misticismo muy especial, casi mágico, que hacía imposible entender como el taxista no sabía de este lugar. Pero como en todos los lugares del mundo, no siempre se aprecia lo que se tiene, aunque sean lugares especiales. Lamentablemente también aquí hay miles de puertorriqueños que nunca han ido a el Yunque o a nuestros parques ceremoniales.

Otros de los lugares que encontré en mis búsquedas, claro, en una categoría muy diferente, fue un mercado artesanal o como le llamaban el mercado de pulgas de Uzaquén. Tan pronto comencé a leer sobre este mercado y de la calidad de la mercancía que vendían sabía que era otra visita obligada. Pues si algo he aprendido al viajar es que si voy a comprar prefiero que sea directo de la mano del artesano y así asegurarme de apoyar lo típico. También como en nuestra visita nos mantuvimos básicamente en la ciudad, un mercado como este provee oportunidad para compartir y conocer los indígenas. Algo que yo no cambio por nada y es la esencia de mi interés por viajar. Y tal como lo esperaba fue una experiencia fantástica, me sentí muy segura, comí delicioso y pude comprar directamente de los artesanos. Con este mercado cerramos un viaje de casi una semana a Bogotá. Una ciudad divina, fácil de acceder ya sea vía taxis o Uber, de precios muy razonables, de una gastronomía deliciosa, de gente muy buena y educada. Mi viaje a Colombia vino como una sorpresa pero me fui con muchas ganas de volver.

 

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