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El horror de los cuentos de hadas


Érase una vez una una mujer, encerrada en su torre de pensamientos, rodeada por sus miedos. Pasaba los días esperando un rescate; que un alma piadosa le concediera la libertad. Los días se convirtieron en meses, meses que se transformaron en años. Con cada año que pasaba, más se apegaba a su encierro. Incluso llegó quien pretendía rescatarle, pero ella, eufórica por su pronta liberación, terminaba por sofocar a su salvador. Otros se aprovecharon de su desesperación. Podían persibir que al estar cegada por su necesidad de escapar, entregaría sus tesoros con tan solo la tenue presencia de una promesa. Desilusión tras desilusión, parecía que su destino era la infelicidad. En medio de un arrebato sigiloso de melancolía, se le ocurrió la más descabellada de las ideas… ¿Podría ella ser su propia salvadora? ¿Sería capaz de luchar por su felicidad? Entonces comenzó su aventura de descubrir que ella, por si misma, era un ser completo y capaz de hacerce cargo de su paz y liberación.

No sé si has logrado identificarte con esta mujer. Por mi parte, puedo decir que en algún momento de mi vida fui ella. Desde pequeñas se nos programó para esperar al príncipe azul. Ese hombre fuerte, valiente, capaz de domar nuestros más profundos miedos y experto en llenar cada una de nuestras necesidades. Se nos enseñó que somos la media naranja de alguien más; estamos incompletas. Podemos ser lo que queramos, pero nunca alcanzamos una felicidad plena hasta que este magnífico príncipe aparezca en nuestras vidas para darle sentido a la existencia. Antes de dormir se nos narraba la historia de cómo las princesas eran rescatadas por estos caballeros, totalmente enamorados sin siquiera conocerlas. Ese primer encuentro mágico en el cual ellos decidían firmemente que su destino era el estar juntos, nos hacían suspirar y soñar con el día en que viviéramos ese evento fortuito. Crecimos y dejamos de leer cuentos de hadas, pero nunca perdimos la fe en ellos. Creamos expectativas sobre cómo debían fluir esos encuentros inesperados. Fijamos cómo debían ser nuestras relaciones. Pusimos en otro la responsabilidad de hacernos felices; una carga demasiado pesada para cualquiera.

Tal vez llegó a tu vida alguien que se las quiso jugar de héroe, con la mejor intención del mundo. Trató de satisfacer tus carencias. Deseó poder llenar tus vacíos existenciales. Hizo todo lo que se le ocurrió para cumplir con las altas exigencias de ser el gran salvador de tu vida. Sin embargo fracasó. No fue suficiente su esfuerzo y las expectativas seguían en aumento. Muy posiblemente, sofocado por el peso de una encomienda imposible de lograr, se retiró de la batalla. Reconoció su derrota y emprendió la retirada. Tal vez fuiste tú quien decidiste que esa persona no daba el grado. No fue capaz de hacerte feliz; no fue capaz de dar sentido a tus latidos. A su lado te sentías vacía, sin propósito, aún incompleta. No fue tu culpa. ¡Era su responsabilidad! ¿Verdad?

Esperanzada por encontrar tu final feliz, volviste a buscar amor… ¿o era ilusión? ¿Una equivale a la otra? Lo importante era encontrar a esa persona que calmara los arrebatos de soledad. Alguien que por favor le hiciera frente a todos tus miedos; esos que en ocasiones eran capaces de inmovilizarte evitando que lograras lo que tanto deseabas. Entonces, sin darte cuenta, un gesto de amabilidad se convierte en una gran hazaña. Un encuentro casual, de esos provocados, corresponde a una señal del destino. Un momento placentero en compañía, ya se traduce a una conexión cósmica avalada por el universo y los espíritus. Por estas casualidades o causalidades, que desististe interpretar como planes divinos, diste la oportunidad a los estafadores. A esos que buscan lucrarse y absorber lo que puedan aportando a tu vida solo migajas. Estas aves de rampiña emocionales que logran identificar la debilidad e insatisfacción, envuelven a sus víctimas en redes de medias verdades, falsas promesas y pequeños detalles que nada les cuesta. Se alimentan de tu energía, de tu magia; de todo ese amor que eres capaz de dar, pero que sin darte cuenta lo desperdicias en quienes no saben darle valor. Entonces al final terminas agotada, decepcionada y confundida. Una vez más confiaste en alguien tu felicidad. Con una experiencia diferente, pero con el mismo resultado; no lo lograron. Aún sigues incompleta y ahora también herida. ¿Existirá alguien capaz de amarte y hacerte feliz?

Haz trato de todo. Le haz dado la oportunidad a cualquier alma que te inspire un poco de confianza. Sin embargo, nadie ha podido cumplir la misión de hacerte feliz. Entonces, se te ocurre algo que hasta ahora parecía imposible; tal vez no necesitabas a nadie. Te das cuenta que si no estás satisfecha con tu vida, con quien eres y si eres incapaz de aceptarte, no importa cuánto otros lo intenten, nunca alcanzarás felicidad o plenitud… De pronto todo tiene sentido. Tenías que dejar de buscar afuera lo que se encontraba dentro de ti. La única persona responsable de llenar tus vacíos existenciales, eras tú. Te toca amarte de la forma más sincera y profunda, para que le sirva de ejemplo a otros que deseen sumarse a tu vida. Aprendiste a no buscar culpables; ahora te haces responsible de tu felicidad. Otros pueden aportar a ella, pero solo tú puedes crearla. Ya no esperas rescate. Haz aprendido a luchar con tus dragones. Te haz liberado a ti y a los que te rodean del peso de tus inseguridades. Ahora te miras al espejo y estás orgullosa de la mujer en la que te haz transformado. Ves tus cicatrices, tu valentía que silencia al miedo, tu fuerza. ¿Te sientes orgullosa? Deberías; yo lo estoy.

 

Yeismarie Vivas Fernández, Networker

“Una mujer visionaria y domadora de sus propios demonios, esos liderados por el miedo. Anhelo poder inspirar en otras, no solo el deseo de ser dueñas de su propio destino; mi propósito es motivar a la decisión y la acción”.

yeismarie_vf@hotmail.com

(787) 412-4371

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