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Bandera de Lares


Cuatro meses después de María, me siento a escribir con la pesadumbre de un herraje viejo, con el cansancio de mi años en los huesos. Toda la gloria de ser una mujer joven y profesional queda al otro lado del dintel, sin sospechar que en este espacio semioscuro yace un alma a punto de quebrarse.

Ayer recibí una oferta muy tentadora. Una persona me preguntó si quiero irme a trabajar en California. La paga es más del doble de lo que gano acá y la empresa tiene los últimos adelantos tecnológicos de la industria. Vieron mi portafolio y les gustó, y me prometen bastante libertad creativa para desarrollar conceptos. Es, en otras palabras, el trabajo ideal.

Pero… no es Puerto Rico.

Mi familia siempre me inculcó el amor a esta tierra. Casi todos han nacido y vivido aquí. Todos estamos de acuerdo con los problemas que enfrenta la isla y con la poca esperanza de que la cosa cambien pronto si los que controlan el país siguen en el poder. La bandera de Lares que adorna el cuarto de mi abuela (que no es lareña) siempre ha sido motivo de admiración de todos sus hijos y nietos. Ella nos dice que la tiene porque prefiere a un Puerto Rico libre, aunque le da ganas de escocotar a los que se llaman sucesores de “Don Pedro”. Para ella la tierra es primero, luego la gente y las ideologías. Eso lo heredamos nosotras.

Esta noche, sin más luz que la de mi laptop alumbrándome, me pregunto si por fin debo dejar a un lado el sueño de trabajar por un mejor Puerto Rico. Me pregunto si estaré traicionando a mi gente de aceptar la oferta de trabajo afuera. El carro maldito que pasa con el reggaetón a todo dar no ayuda en nada. La gente que escribe en el féisbuk tampoco. Parece que la decisión es solo mía y que ha llegado el momento de tomarla.

Me voy.

No puedo comenzar a imaginar cómo será mi vida allá, quiénes serán mis compañeras de trabajo, dónde viviré y si me acostumbraré. Lo que sé es que no debo sentirme culpable. Yo amo a mi Puerto Rico con todo el corazón, pero Puerto Rico no es solo estar presente en la isla; es una cosa del corazón. No le debo nada a nadie, excepto a mis seres queridos. No tengo ataduras más que las emocionales y tampoco afán por ver cómo nuestros políticos de turno siguen enredando y embrollando más a nuestro pueblo. No me voy porque no quiero a Puerto Rico, me voy porque más me quiero yo.

Me pongo primera, segura de que allá encontraré el triunfo reservado a los que lucha de verdad. Me iré sin dejar a Puerto Rico y sin dejar de querer a los míos, porque lo que se lleva tan adentro no hay forma de arrancarlo. Me escojo a mí con la conciencia plena de que siempre, no importa donde el destino me lleve, haré todo lo que esté a mi alcance por mi tierra y por mi gente. Mi cuerpo se va, pero mi alma se queda prendida con fuerza a esa bandera de Lares.

 

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