María pasará
María pasará. Un día no muy lejano mencionar a María será algo del pasado, tal y como pasa ahora con San Ciriaco, San Felipe y San Ciprián. Algunos viejos recordarán ese septiembre de 2017 cuando Puerto Rico fue golpeado implacablemente, pero todo lo demás será historia, vagos recuerdos de tiempos pasados. Los centros comerciales seguirán vendiendo, las casas seguirá habitadas, los turistas seguirán llegando. Un día no muy lejano, todo será casi normal.
Nuestro futuro no depende de nuestra capacidad para sobrepasar a María y sus efectos inmediatos, depende de nuestra voluntad para cambiar lo que nos ha convertido en ciudadanos insuficientes, en una isla rica en posibilidades que entregó esa riqueza ciegamente a unos macacos ladrones. Los problemas que enfrentamos hoy por María tienen mucho que ver con la fuerza del fenómeno, pero también con una isla que vivía del cuento y no quería que le despertaran. Nos hicimos los tontos, cerramos nuestra vista y nuestros oídos a las palabras de varios profetas sumamente sabios que nos venían diciendo desde hace tiempo que el lobo llegaría. Pues la loba llegó y nos comió.
Puerto Rico no es único en su devastación. Grandes ciudades y países han sido arrasados inmisericordemente por fenómenos naturales como terremotos, tsunamis, volcanes, inundaciones, tormentas y fuegos. También han sido azotados hasta el tuétano por guerras y enfermedades. Algunos no sobrevivieron, pero muchos sí, especialmente en el pasado siglo. Hemos adelantado mucho tecnológicamente y la ciencia provee los mecanismos para salvar las sociedades de las catástrofes más severas. Pero, por más que haya herramientas, no se puede ayudar a quien insiste en permanecer en una ruina auto infligida.
Esta isla puede superar a María y a veinte más que lleguen en el futuro. Los puertorriqueños podemos levantarnos y triunfar sobre cualquier adversidad. Lo único que tenemos que hacer es aprovechar este momento para cambiar nuestro rumbo. No dejemos que nos sigan robando y engañando. Adquiramos una nueva ética del trabajo y de la política que nos permita deshacernos de los lastres que nos anclan en la miseria. Miremos nuevamente a nuestro alrededor y reconozcamos que aquí hay pobreza y necesidad, que mucha gente no tiene para irse a comprar en en el Mall of San Juan o para comer en Chili’s. El que a duras penas puede pagar el agua y la luz, el que le debe el techo a otro y tiene que buscárselas como sea, no puede darse el lujo de tomarse una botella de Krug Clos d'Ambonnay todos los viernes sociales.
Hagamos pactos solidarios en nuestro entorno familiar, luego en nuestras comunidades, barrios y pueblos. Hagamos un pacto solidario de país para que nadie más pretenda robarnos el futuro y salirse con la suya. Si ponemos a nuestra gente primero, dejarán de tener sentido las alianzas ciegas con políticos, los ‘ñeñeñés’ con los vagos y buscones, y la ceguera a conveniencia. Si aprovechamos la debacle de María, nos creceremos como pueblo y garantizaremos que este huracán solo haya sido una bofetada para despertarnos. Garantizaremos nuestro futuro.
Contrario a los santos huracanados que nos golpearon en el pasado, en el Puerto Rico de hoy todos estamos absolutamente interconectados por los medios (ok, de acuerdo, cuando le llegue la señal a todos). No podemos decir que la información no fluyó, que no vimos al gobierno descalabrado y en muchas instancias descerebrado, que nadie nos dijo que no teníamos dinero para arreglar esta melcocha. Todos lo sabemos y, por eso, todos somos responsables. Si en el futuro Puerto Rico se parece más a un episodio de ‘la muerte andante’ que a una isla vibrante, solo podemos culparnos a nosotros mismos.