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Mis aventuras en Puerto Rico: La limpia


La experiencia que les contaré se convirtió en una de las más extraordinarias que he tenido aquí en Puerto Rico y de las mejores de mi vida. Una de esas cosas que han quedado casi en desuso y sólo se viven de vez en cuando pues, aunque se quiera, no siempre se tiene la oportunidad de vivirlas. De esas experiencias que nos transportan a nuestra herencia africana. Esa que pensamos sólo queda en las hermosas pieles trigueñas, la bomba y la plena pero no, está en todos lados y a diario nos deleitamos con ella. Mi experiencia viene a ser un viaje cultural, una limpia.

Sin empacar nada y con un gran peso encima me aventuré. En ese entonces no sabía lo que sé hoy día y quería una solución fácil a un problema complejo. No podía identificar la raíz del desasosiego que sentía. Años más tarde finalmente lo entendí, había cambiado y lo que antes me llenaba ahora no me apetecía y en eso estaba sola. Mis amigos, los de esos tiempos, estaban en el mismo lugar donde les había dejado años atrás. Así que cuando un conocido me recomendó una limpia le tomé la oferta al momento, aunque no tenía idea de cómo sería.

Así que al darme cuenta que sería una santera quien me haría la limpia mis prejuicios casi me llevaron a no hacerlo, sólo podía pensar en los sacrificios animales que veía en la playa o la mala vibra que me daba un familiar que la practicaba. Sin saber, creé una percepción errada del ritual al que me sometería y de ella sin haberla conocido. Pero resultó ser que esa guapa mujer vestida de blanco y de sonrisa amable, irradiaba buena vibra. Tanto así que el proceso de mi limpia comenzó con tres días de baños para endulzar. Me tenía que bañar con una poción preparada por la que una semana más tarde me haría una limpia, y que tenía pétalos de flores, miel y un dulce olor a jazmín. Así funcionara o no, yo me sentía relajada y bonita, hasta puedo decir coqueta, bien divina y las personas a mi alrededor reaccionaban a ello. Luego me enteré que en antaño las mujeres se daban estos baños también. Mi abuelita, que en paz descanse, me explicó que cuando se buscaba novio se hacía para atraer al candidato. Supongo que en sincronía con poner el San Antonio de cabeza y ponerle velas por los rincones. Un tema que ella nunca antes tocó, pero que yo en plena modernidad revivía por razones diferentes y en carne propia. Todo en preparación a una limpia.

Pero primero déjenme contarles cómo comenzó la primera consulta. Tengo que decir que todo lo relacionado a esta limpia fue como si hubiese estado predestinado, aunque suene a cliché. Cada circunstancia que me llevó a vivirla parecía ensayada y todo ocurría en una perfecta sucesión de eventos. Al momento de entrar a su casa y saludarla todo se cubrió con un fuerte olor a incienso, lo cual noté, pero ella me aseguró que no prendía incienso y tampoco lo vi por ningún lado. Aparentemente el olor lo atraía yo y eso me gustó. Digo, muy bien pudo tener un sistema de pedal para aromatizar el espacio e impresionar a clientes nuevos, pero ya mi decisión estaba tomada, necesitaba un cambio.

Luego de los baños de endulzar, me tocó el inicio de la limpia y ese era en mi casa. Ella me dio un coco con el cual tenía que dibujar la silueta de mi cuerpo mientras hacía una serie de reflexiones para que el coco absorbiera cualquier maleficio o energía negativa que pudiera estar cargando. Luego tenía que tirar el coco a un río lejos, preferiblemente que se rompiera con la caída y no mirar atrás. Pero como yo era novata en estos menesteres, y todavía lo sigo siendo, el único río que se me ocurrió fue el Río Piedras que, aunque pasaba por dentro de la urbanización, me parecía suficientemente lejos de mi casa. Tiré el susodicho coco, pero no rompió y por semanas cogí la ruta más pesada hacia mi casa para no pasarle por al lado. Por fortuna no pasó mucho antes de que cayera un aguacero tan grande que el río se desbordó y yo sentir el sosiego de haber dejado ir lo malo río abajo. Desconociendo sí en algún lugar había crecido la palma de mi pasado.

El día llegó, los fui a recoger y con el mismo misticismo de lo anterior me daban direcciones sin decir el destino final. Nos fuimos cercano al atardecer así que llegamos a Palo Seco de noche. Pero ya conocía el área pues era a la entrada de Isla de Cabras y a mí me gusta ir allí de vez en cuando. De acuerdo a su explicación la limpia tenía que ser justo en la unión de dos cuerpos de agua y lo haríamos entre el Caño Aguas Frías y la Bahía de San Juan. Yo llevaba mi cambio de ropa tal como me habían pedido, en una bolsa plástica, pues en ese entonces no sabía lo dañinas que eran al medioambiente. Las de ellos si eran reusables, de esas que venden en las plazas y sirven para cargar viandas. Nos estacionamos en un restaurante justo al frente, y casi en una procesión silenciosa cruzamos la calle hasta la arena. Aunque caminaba con sumo cuidado pues en esa área siempre hay mucha basura lo hacía marcando cada paso con mi mirada, tranquila y presente. La luna alumbraba lo justo para poder caminar sin linternas y a la misma vez permitía cierta privacidad al ritual que estaba por pasar.

Y en unas de esas cosas que no se le ocurren a uno preguntar, pues no todos los días se hace una limpia a la usanza de antaño, terminé a la boca del río desnuda bajo la luz de la luna. Pues mientras ella dibujaba mi silueta con huevos y frutas para remover toda energía negativa, su asistente, un guapo hombre gay, me quitaba la ropa. El proceso era continuo y eficiente, ambos trabajaban en sincronía muy enfocados en cada paso. Todo en un silencio ceremonial. Reforzando la seriedad de lo que hacían y que creían con tanta fe. Ella también me untó aceites que permitían sus fuertes manos deslizarse sobre mis brazos y piernas para sacudir el remanente de cualquier energía que lo anterior no hubiera recogido. Pero no era un sobo delicado o cariñoso, eran movimientos bruscos. Me tapaban la piel ya limpia con la ropa blanca que llevaba, él seguía obedientemente sus instrucciones y a cada órden me iba poniendo piezas. La verdad es que no sé cuánto tardó y en qué momento terminé vestida. Me tuvo que avisar cuando habíamos finalizado, pues yo estaba en semejante nivel de relajación que mis reacciones eran lentas, muy lentas. Ellos lo recogían todo, pero creo haber visto dejar las frutas atrás. Los huevos los puso de regreso el cartón y después a su cartera. No quiero ni pensar que al próximo día se desayunó todas mis desdichas. Regresamos en silencio a mi guagua y al dejarlos en su casa se acabó el proceso, por lo menos con ellos.

No puedo vanagloriarme de la gran aventurera y decir que lo hice por la experiencia o por decir que lo hice, porque no fue así. Tampoco sé si mi limpia fue de acuerdo a los principios de la santería o tenía otras influencias culturales, pues yo de santería no sé nada y jamás he indagado. La realidad es que lo hice porque simplemente necesitaba empezar de cero y en ese momento la limpia llegó como una opción viable.

Puedo decir que surtió su efecto o por lo menos me sirvió como acto simbólico para dejar ir el pasado, pues tan relajada como salí ese día de ese ritual tan cultural y místico continué el resto de mi vida sin lo que antes viví. Ese día marcó el resto de mi vida, esa búsqueda espiritual que me ha llevado a lugares que nunca pensé visitar, experiencias que jamás me habría atrevido a vivir y hoy me trae a compartir mi historia. No lo hago para que salgan corriendo a darse una limpia o formulen una farsa expectativa de lo que es, sino que lo vean como un legado de nuestros antepasados. Tampoco pretendo ni glorificar ni menospreciar la santería, no puedo y no sería justo. Para mí, fue una experiencia que muy bien pudo estar documentada en algún libro histórico y yo pude vivir hace sólo unos años atrás. De esas que el viajero aventurero desea experimentar pero no importa cuán lejos se vaya o el deseo que tenga para vivirlo casi siempre están contaminadas con el genuino deseo de satisfacer al turista, por lo que pierden su magia. Sería equivalente al turista que llega al Viejo San Juan a uno de esos restaurantes de estampa donde jíbaras los atienden y pensar que son auténticas. De esas que viven en el campo, huelen a rocío y bajan a la ciudad en su jaquita baya como diría don Luis Llorens Torres en su famosa poesía. No se puede dejar impresionar uno por los montajes turísticos. Para verdaderamente conocer la cultura de un lugar hay que exponerse a ella y a su expresión más genuina. Pero para poder entender la riqueza de mi experiencia, para eso hay que entender que nuestra herencia africana es mucho más que bomba y plena.

 

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