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¡Pal carajo los tocones!

Nota: No soy hembrista. No creo que las mujeres debemos joder a los hombres por el simple hecho de ser hombres ni tampoco porque hayan cuatro pendejos por ahí que siguen pensando como machistas. A la hora de mandar pal carajo a una persona, no me importa que sea hombre o mujer. Con ser pendej@ es suficiente. Aclarado este asunto, vamos a la columna:

Cosa de ríal estéit

El viernes pasado, casi al salir del trabajo, le comento a una compañera que tengo que parar en una tienda a comparar navajas porque se me acabaron y mis patas ya parecen algo digno del planeta de los simios. Como siempre, acabamos hablando de la jodienda de tener que afeitarse. Las dos coincidimos que no nos gusta andar por ahí pelúas, pero que esto de tener que afeitarse es una fókin jodienda.

Un compañero escuchó nuestros comentarios y, sin ser llamado, ofreció los suyos. Nos dijo: “No sé de que se quejan ustedes. Por lo menos no tienen que afeitarse la cara. Eso sí que jode y deja rash.” Como era hora de salir y el tipo siempre es un pendejo, no le hicimos caso. Pero en casa se me salió el mostro. Me quedé pensando: “¡Pero será cabrón! ¿Cómo carajo afeitarse un par de pulgadas de ríal estéit puede ser peor que una milla?” Mientras más lo pensaba, más me encabronaba.

Siempre será mejor recortar la grama de tu “garden” en el guók óp, aunque sea a medio día, que recortar la del Morro aunque sea a media noche. ¡Ah, y hacerlo cada dos días! ¡Mere místel, pal rash hay cremas! Además, si te afeitas con un cuchillo de pelar puercos, ¡no hay crema que te ayude!

Después de que se me pasó lo de asesina múltiple, gracias a un tintorrito de lo más aquel que me encontré mientras pasaba por la nevera (¡Chicas, el vino es medicinal!), me quedé pensando en lo distintos que son los acercamientos de la mujer y el hombre a las cosas de la vida. Lo que para nosotros es casi normal para los hombres es una jodienda bestial. Eso me llevó a pensar un montón de cosas, de las cuales les hablaré en el futuro. Me terminé el vinito y me fui a dormir.

El sábado y el domingo, por más que trataba de olvidarlo con las 100 pendejadas que tenía que hacer en la casa, no me podía sacar de la mente el tema. Me di cuenta de que el idiota se quejó cuando es uno de esos que menos puede. El tipo es más lampiño que la nalga de un bebé. Solo tiene un par de pelos bailando cha-cha-chá en la cara. Lo sabes porque no tiene ni las manchitas grises que dejan las áreas que se afeitan mucho. ¡Quien le oye piensa que tiene que usar una sierra pa’ tumbarse los tocones!

Así me pasé todo el fin de semana, con la espinita de no haberlo mandado pal carajo en el momento y pensando cómo vino con la pendejada esa de que a nosotras nos va mejor. Como no lo tengo en ninguna de mis redes y ni siquiera tengo su número de teléfono, tuve que hacer buche. ¡Por lo menos no fue un fin de semana largo!

Ustedes, que leyeron mi primera columna, saben cuál es mi teoría cuando hay algo que me jode. El domingo por la noche me acabé el tintorro y dormí a pata suelta (¡A pata AFEITADA suelta!). El lunes llegué al trabajo temprano, como siempre. Cuando el místel cruzó la puerta, le dije: ¡Te puedes ir pal carajo con tu comentario de mierda!

¡Ah, la vida es linda nuevamente!

 

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