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Diario de una maestra II


Querido diario:

Me encanta vivir en un país tan alegre como Puerto Rico, donde se celebran las festividades navideñas más largas del planeta. Cuando se acerca esta época, en las escuelas nos preparamos para diversas actividades extracurriculares con nuestros estudiantes. Éstas pueden incluir la tradicional Carrera del Pavo, almuerzos para la semana de Acción de Gracias o Navidad, y las veladas navideñas, entre otras.

Es importante resaltar el verdadero significado de cada una de estas festividades con nuestros estudiantes. Generalmente la retroalimentación que se recibe es que resulta ser un tiempo ideal para compartir en familia y disfrutar de la compañía de los seres queridos. ¡Ojalá se recibiera siempre esa respuesta! Pero, ¿y qué de aquel estudiante cuya familia (refiriéndome al grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas) es disfuncional? Este tiempo se convierte en un período de tristeza que puede desencadenar en depresión. Hay estudiantes que se deleitan enumerando los ricos manjares que degustarán desde la cena de Acción de Gracias hasta las fiestas de Navidad. Otros expresan la ansiedad que les provoca el obtener buenas notas para recibir sus regalos preferidos. Algunos callan, sus rostros casi inexpresivos denotan un malestar emocional difícil de manejar para su edad cronológica. Si su mejor comida diaria la obtienen del comedor escolar, ¿qué comerán cuando la escuela esté cerrada? ¿Recibirán algún regalo? ¿Se reunirá la familia? ¿Existirán momentos de tranquilidad, de calma, de paz en el hogar? ¡Cuántos pensamientos pasarán por sus mentes!

En el preciso momento en el que detecto el rostro de la tristeza, aún dentro de la algarabía, de la alegría de otros por las festividades que se avecinan, me corresponde actuar de manera empática con mis estudiantes. Es momento de crear balance emocional entre el grupo, pensar por unos instantes en algo por lo cual dar gracias, dirigirlos a entender que el mero hecho de estar vivos es una hermosa oportunidad de establecer metas hacia las cuales deben dirigir sus caminos. Resaltar la importancia de instruirse y educarse adecuadamente para que logren sus sueños. Recordarles que la felicidad no depende de lo que tenemos o tendremos, sino de qué hacemos con lo que tenemos en estos momentos. Que no importa cuán grande o pequeña sea la familia, lo que importa es compartir, apartar un tiempo para rememorar esos momentos que nos hacen reír (siempre hay cuentos familiares graciosos) y disfrutar la presencia de unos y otros.

Querido diario, a veces no es tan fácil hacerle entender a los estudiantes la importancia de los valores cuando sus bases no están cimentadas en la solidez de los mismos. Espero seguir siendo una mujer con visión siempre positiva para ayudar a los que me necesiten. Sé que aparte de mi labor de educar en el aspecto académico, también tengo la misión de educar para la vida. ¡Ojalá que cuando regresemos a clases, después del receso navideño, pueda ver rostros felices y agradecidos! Niño Jesús, te pido ese regalo de navidad. ¡Gracias!

 

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