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Cuando las mujeres chocan



Las redes y los medios tradicionales siguen dando palique con el tema de los ataques verbales entre Alexandra Lúgaro y María de Lourdes Santiago. Un medio digital lee: “María de Lourdes le mete ‘jinquetazo’ a Alexandra Lúgaro.” Otros medios tradicionales han tomado giros similares en sus titulares y contenido. Es obvio que lo hacen porque la expectativa de ver dos mujeres peleando alimenta nuestro morbo, hace noticia de la que se vende. Las expresiones de los “analistos” de las redes sobre esta controversia, por su parte, darían gracia si no fuera porque representan mucho de lo que somos como pueblo.


En una entrevista en la radio posterior al debate, Lúgaro habló de sus razones para ripostar a la candidata del PIP durante el mismo. El hecho de que haya tenido que justificar sus expresiones nos da una idea de la doble vara que existe en la política entre el hombre y la mujer. A nadie se le ocurriría preguntarle a Ricky o a David por qué se atacaron durante el debate. Eso se espera. Pero si es una mujer contra otra, de repente todos gritan: fouuuuuuuul!!!”. ¿Por qué? ¿Qué demonios hace que las mujeres en la política deban aguantar lo que diga otra mujer? ¿Por qué es noticia que se ataquen? La única razón es porque estamos en un país machista y aún sustentamos (las mujeres también) un modelo político donde el hombre puede y la mujer no.


Las expresiones de ambas candidatas nos sirven para traer a la palestra un asunto que debemos atender con mucha seriedad. Ya que uno de los principios fundamentales de la lucha por la igualdad de género es el apoyo que las mujeres deben brindarse unas a otras, ¿es permisible o deseable que estas dos mujeres se ataquen públicamente? Para contestar la pregunta debemos poner varias cosas en contexto:


Primero, necesitamos saber si las mujeres están protegidas por el hecho de ser mujeres. La respuesta es que no. La igualdad de género implica que hombres y mujeres son iguales y que debe tratárseles como iguales. Siguiendo este razonamiento, no podemos sustentar que a una mujer se le trate diferente en ciertos contextos simplemente por ser mujer. En el ejemplo de las dos políticas del patio, debemos tomar en consideración que en la política se juega pelota dura. A ese juego se va con un bate y un guante, el primero para dar y el segundo para recibir. Pretender que por ser mujeres tienen que “poncharse” por obligación es reconocer que la mujer es menos que el hombre en el ruedo político. Eso es inaceptable en la lucha por la igualdad.


Segundo, ¿retrasa o impide el ataque de una mujer a otra la lucha por la igualdad de género? No. Igual que hay hombres buenos y malos, hay mujeres buenas y malas. Si tenemos la capacidad y el deber de señalar a los hombres que actúan incorrectamente, también tenemos que hacerlo con las mujeres que despliegan conductas indeseables. Una mujer que maltrata a sus hijos, es indolente o vividora, por mencionar algunas características indeseables, causa igual daño a nuestra sociedad que un hombre que hace lo mismo. Para la una y para el otro no debemos tener distintas reacciones. Ambos necesitan ayuda y compresión, pero ambos necesitan poner de su parte y cambiar. Si no lo hacen, debemos tomar medidas correctivas con ellos. La sociedad no puede sostener ese tipo de personas, independientemente de su género. Por lo tanto, el hecho de que una mujer exprese su pensar en cuanto a otra mujer no hace de ello un impedimento a la lucha por la igualdad. Si las expresiones están justificadas, abonan a la lucha y la adelantan.


Como vemos, estamos hablando de varios monstruos que se comportan de forma diferente. La política partidista tiene sus reglas y sus fines. La igualdad de género tiene sus principios y procesos. Las relaciones hombre-hombre, mujer-mujer y mujer-hombre tienen sus características peculiares. Tratar de adjudicar una controversia del reino político utilizando principios de igualdad de género es un ejercicio confuso. Lo único que podemos adelantar es la confluencia de esa igualdad, en su sentido más básico, en ambos asuntos. Si lo hacemos, vemos que no hay diferencia entre un ataque de un hombre a otro hombre, de una mujer a un hombre (o viceversa) o de una mujer a otra mujer. Pretender que eso es una controversia real es seguir hundiéndonos en el pantano de la banalidad que arropa nuestra política y que nos impide discutir asunto de mayor trascendencia.


El debate público en los medios y las redes sobre lo que sucede entre María de Lourdes y Lúgaro también trae una triste realidad de nuestras actitudes como puertorriqueños: queremos sustituir la diligencia que requiere el ejercicio de la democracia con un par de horas frente al televisor. Nuestro estilo de vida, nuestros principios políticos, exigen que estudiemos a fondo las propuestas y la trayectoria de cada persona que se nos presenta solicitando nuestro voto. No hacerlo es una traición a nuestros deberes ciudadanos, es vender a nuestra tierra, a los que lucharon tanto por darnos estas oportunidades, a los que estamos hoy dependiendo unos de otros para sustentarnos y a generaciones futuras que dependen de que no esquivemos nuestros deberes ahora y les dejemos un mejor país.


¿Para qué hablar de mujeres que se traicionan cuando es todo el pueblo quien anda traicionándose a sí mismo?

 

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