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Mi bisabuela, Madre del Año en Fajardo en los años 50’s


El jazmín de la ventana de mi bisabuela era mi amigo. Ahora, cincuentipico de años después miro la relación vespertina de cada visita desde la perspectiva del espectador y me parece un sueño. Allí está la niña asmática a la que le evitan el contacto con tantos elementos de la vida cotidiana buscando una planta de flores frágiles y blancas con el corazón rosado. La planta es veterana del patio, tiene una misión en esa ventana: arropar el descanso de mi bisabuela Pepita con el aroma sutil de una planta legendaria.

Las pequeñas flores invitan a acercarse y la niña da un paso hacia adelante, coloca las manitas en el borde de la reata e inclinándose aspira la fragancia dulce e hipnótica del jazmín trepador que tiene un tronco grueso y contorsionado que extiende ramas delgadas cubiertas de hojas pequeñas y capullos, flores y semillas. La niña, deprivada de olores fuertes, se refugia en esa esquina del patio que queda apartada recibiendo mucha luz solar y evitando el viento fuerte con un muro que transforma la corriente del aire en una brisa suave que no tiene más remedio que escaparse hacia el interior de la habitación por las persianas de madera, que a esa hora de la tarde están entreabiertas.

La invitación de la flor se intensifica y la niña arranca una y la acerca a la nariz y el perfume llega al centro sensorial del cerebro y conecta con memorias ancestrales de jardines ibéricos, de noches moriscas y romances. Sonríe evocando todas las etapas de ser mujer: y es que el jazmín corona la femineidad. La niña estruja la flor entre sus dedos de agarre de pinza y coloca los restos de la flor en el bolsillo de su pantalón corto. Verifica la huella de olor en su mano y se va saltando de regreso a la casa. Espera a que sus padres la busquen para volver a su casa de noche. Durante el regreso y hasta casi la hora de acostarse podrá recordar su lugar favorito en la casa de sus abuelos tan solo con oler el jazmín impregnado en sus dedos.

De adulta he soñado con el jazmín, de hecho, he tenido visiones de su destilación en talleres de perfumistas del oriente medio. Al aceite destilado se le llama absoluto, es un título prestigioso para cualquier esencia. Se disputa el primer lugar con la rosa. La magia del jazmín es que su punto máximo de potencia es durante la noche, hora preferida para su recolección por los perfumistas. Esa es la conexión con la noche: la cama de pilares, el romance, la nostalgia de mi bisabuela, viuda desde muy temprano que recordaría tal vez sus noches jóvenes de casada arropada por el aroma del jazmín.

Es que el jazmín te hace descansar, si aplicas gotas en un aceite transmisor como de coco o almendras es excelente para un masaje en las plantas de los pies y las piernas para descansar profundamente. También aplicado en la piel la suaviza y le imparte la lozanía de sus pétalos. Su aroma enriquece cualquier taza de té con su efecto relajante, casi de lujo. Es una delicadeza para el maestro de té, que logra aromatizar las hojas verdes tan solo con plantar jazmín al lado del arbusto, sin necesidad de añadir flores a la cocción.

Como ingrediente en el perfume pues ya hablamos de esas dimensiones femeninas del placer, la invitación y el romance. Gotas en los puntos del pulso envuelve toda la habitación en un poema al amor. Por ser un absoluto, es extremadamente concentrado y costoso, de tal manera que se debe usar con mesura y delicadeza.

Una metáfora de lo femenino en todas sus etapas: la dulzura de la niña en el jardín de la abuela, el afrodisíaco de la doncella y el poema de amor en el recuerdo de la abuela. ¡Feliz viaje a todas las dimensiones con el jazmín!

 

Lourdes Martínez Rivera es Facilitadora de Constelaciones Familiares, conectando la historia familiar a nuestro presente para vivir en plenitud. Puede contactarla en Facebook como Lourdes Ivette

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