Médicas Latinas en tiempos de pandemia
Dra. Mariela Barroso
La doctora Mariela Barroso decidió abandonar Venezuela hace trece años. Su destino fue el Viejo Continente, donde terminó echando raíces. En la actualidad es una reconocida experta en rejuvenecimiento facial y corporal sin cirugía, además de empresaria.
Los primeros días de la crisis sanitaria desencadenada por el coronavirus Covid-19 se centró en darle apoyo telemático a los pacientes con la intención de ayudarlos a conciliar la nueva realidad de permanecer en casa. En una segunda fase su esfuerzo se enfocó en garantizar un espacio de atención médica, haciendo hincapié en las medidas de prevención, seguridad y protección frente a la enfermedad.
Si bien las españolas, a su parecer, son un poco “ásperas”, la medicina estética le ha permitido identificarse con ellas, porque como mujer entiende sus motivaciones y necesidades. Esa habilidad perfeccionada con los años le ha permitido conciliar el trabajo profesional con el momento actual.
Siendo la menor de 14 hermanos, lo más difícil de sobrellevar es el estar lejos de su familia. Según su testimonio, sin bien la tecnología le permite casi tocarlos, siente que, así como las personas mayores pierden la memoria y terminan haciendo retazos con el pasado, ella ha tenido que fabricar “retazos” de la gente querida creando historias de cercanía que le permitan sobrevivir.
Dra. Janira Navarro Sánchez
La doctora Janira Navarro, médico cirujano, con una especialización en anatomía patológica, decidió emigrar desde Venezuela a los Estados Unidos de Norteamérica y realizar por segunda vez la residencia de patología, pero en un país de habla no española. Escogió Honolulú, la capital del estado de Hawái, un archipiélago volcánico aislado en el Pacífico central, el cual se encuentra más cerca de Asia que del mismo Estados Unidos continental. Tiene un clima tropical y muchas playas similares a las de su país de origen. La gente tiene costumbres diferentes, pero son muy amables. No muchos hablan español. Es más común conseguir personas que hablan japonés.
La anatomía patológica en ese país incluye medicina de laboratorio, así que, aunque no tienen contacto con pacientes directamente ni están en la situación de estados como Nueva York, el uso de mascarillas es obligatorio en el hospital y en la calle. En la actualidad están muy involucrados en desarrollar test para detectar positivos a COVID-19 y recolectan plasma convaleciente con anticuerpos para usar en pacientes graves.
En los años de estudio ha aprendido mucho de patología. Algunas enfermedades que antes tenían mal pronóstico, como el melanoma, ahora pueden ser tratados y los pacientes viven mucho más tiempo. Así también ocurre con los enfermos con HIV, quienes allá viven mucho tiempo y cuando fallecen, suele ser por otras causas. Sus padres, hermana y abuela aún están en Venezuela y los extraña mucho, aunque la tecnología hace que los sienta más cercanos.
Dra. Mildred Sánchez Díaz
Trabaja como especialista en dermatología desde que llegó a España. Emigró frustrada ante el declive de la práctica médica en su país de origen, donde la escasez de medicamentos, el deterioro del sistema sanitario y la imposibilidad de ejercer con dignidad, le hacían pensar que se estaba quedando atrás. En la actualidad conoce, trabaja y prescribe tratamientos, sustentada en los estudios más recientes publicados.
La dinámica en la relación médico-paciente en este país, según sus palabras, es muy impersonal. En Venezuela estaba acostumbrados a la familiaridad, a ver a los pacientes a los ojos y a explicarles que tenían. Allí, por el contrario, las consultas no duran más de 15 minutos. Se ha adaptado al sistema tratando de examinar, explicar y recetar en el tiempo estipulado.
Con la pandemia volvió a ejercer su primera especialidad: medicina interna. La llamaron de una clínica privada con 130 pacientes hospitalizados, la cual solo contaba con 4 médicos. Desde el 26 de marzo ejerce allí, tratando a pacientes con coronavirus (hombres y mujeres desde 40 años hasta 3era edad 70-80-90).
Desde lo humano lo más difícil que le ha tocada ha sido lidiar con la muerte. Su misión de curar y prevenir no la preparó para ver morir a los pacientes. Los acompaña y trata de darles consuelo y alivio a los familiares. El virus los sobrepasó y han tenido que realizar cambios en los protocolos sobre la marcha, así que algunos pacientes se han beneficiado y otros no. Trabaja además el pánico, apoyada en una psiquiatra que le ha enseñado a manejar esa emoción.
El día arranca más temprano de lo habitual. Desde las 8:30 am inicia su trabajo. Revisa los papeles que indican la evolución del paciente y luego se coloca el traje que es muy caluroso, para examinar a los enfermos en sus habitaciones. No solo los examina, sino que los tranquiliza y les ofrece calor humano porque están muy solos. Los enfermos se deprimen y angustian porque no pueden ser vistos por sus familiares. Sólo se permite el acceso al personal de salud.
Luego de evaluarlos se asienta en la historia los hallazgos, se discute con el equipo médico y se toman decisiones para beneficio del paciente. En seguida se llama por teléfono a los familiares (parte) y se hace seguimiento a los pacientes que se han dado de alta para seguir su evolución de cerca (vía telefónica). Termina agotada entre las cinco y seis de la tarde.
Su latinidad la convirtió en embajadora en el exilio. Coordina el movimiento Médicos Unidos de Venezuela- Capítulo España además de que administra ocho chats de médicos donde da apoyo e información a los colegas que quieren emigrar, homologar, saber cómo vestirse y alquilar vivienda entre otras cosas.
Cuando todo pase no cree que regresen a la normalidad. Las actividades se irán restableciendo paulatinamente, pero persistirá el uso de la mascarilla para protección, junto con la lavada de las manos, mientras esperan la vacuna que los provea de los anticuerpos.
Dra. Francis Escalante
Radicada en España desde el año 2016 y con tan sólo nueve meses en la ciudad de Madrid, la doctora Francis Escalante, Mastólogo Clínico y Ecografista vivió momentos muy difíciles como víctima del contagio por Covid-19. Desde la llegada del virus a Italia, ya avizoraba el caos que se avecinaba. Los aeropuertos españoles respondieron tardíamente a la implementación de medidas de seguridad, además de que, en los centros sanitarios no existía conciencia sobre la prevención y/o tratamiento de la enfermedad.
El miedo llegó. Muchos no querían ir a trabajar y aunque trató de protegerse con guantes, desinfectando los equipos con regularidad, cada vez que atendía a un paciente, era difícil guardar el distanciamiento reglamentario.
El transporte público abarrotado de personas y las aglomeraciones habituales de la población se mantuvieron hasta que fue decretado el estado de alarma. Un día antes del comunicado presentó síntomas. Al acudir a emergencia no le practicaron la prueba diagnóstica porque estaba reservada solo para los casos complicados y la médica de guardia no tenía ni idea de los signos y síntomas de la enfermedad. Fue dada de alta, así que regresó a su casa y se automedicó. A los pocos días empeoró su condición y entró en pánico. Estando en un país extraño, conociendo pocos médicos, llamando a los números de emergencia sin obtener respuesta y sin saber a dónde ir o que hacer, pensaba que podía contagiar a su familia o morir en la casa. Acudió a la emergencia de una clínica, le hicieron algunos exámenes y la enviaron de regreso. Enferma, con un sistema sanitario colapsado y sin trabajo, aterrada lloraba sola en su habitación, añorando regresar a su casa y a su país, mientras una pregunta no salía de su cabeza: ¿Hice bien en emigrar?
Decidió desconectarse de sus problemas y se dedicó a leer, ver series, hacer ejercicios de relajación y seguir las recomendaciones de sus colegas venezolanos. Luego de 17 días de decaimiento y tos mejoró unos días y luego recayó. Tenía indicación de volver al hospital, pero prefirió quedarme en casa. Finalmente logró recuperarse y espera los resultados que avalen su curación para incorporarse al trabajo. Por ahora suministra información y recomendaciones de interés para el gremio y el ciudadano común.
Dra. Mildred Mickelsons
Escapando de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, los padres de la doctora Mildred Mickelsons llegaron desde Letonia para formar su familia en el llamado paraíso de los emigrantes. Para esa época, Venezuela era uno de los destinos preferidos de aquellos que soñaban con tener una mejor vida.
Médico fisiatra, próxima a cumplir cincuenta años, acorralada en un país inseguro, donde la calidad de vida descendió a niveles nunca imaginables, con una consulta mermada y su sueño de conocer al mundo vuelto añicos; tomó la decisión más importante de su vida: dejar todo atrás y comenzar de nuevo. En el mes de junio del año dos mil dieciséis, con cuarenta y ocho años y su título de médico a cuestas llegó con una visa de estudiante a la Madre Patria. Con su título de médico general homologado y dieciocho años de experiencia en rehabilitación, realizó diversas actividades hasta lograr ejercer su especialización, lo que le permitió recuperar la libertad de caminar por las calles sin miedo, contar con servicios básicos, comprar alimentos sin someterse a denigrantes e interminables colas, además de poderle enviar a su familia productos que les ayudaron a sobrellevar los avatares cotidianos.
Si bien tuvo la oportunidad de traer a su madre a disfrutar un período vacacional junto a ella, no corrió con la misma suerte en el momento en que su progenitora cayó enferma en Venezuela. Imposibilitada de renovar su pasaporte, vivió desde la distancia la agonía, el desespero y la inmensa soledad de perderla.
Según refiere la doctora Mickelsons, España, a pesar de contar con una sólida infraestructura sanitaria y potencial humano calificado, es el país con más muertes por millón de habitantes debido a la pandemia de Covid-19. Es por ello que le preocupa el impacto de la enfermedad en su país natal, donde no existen hospitales en condiciones para atender una pandemia y donde la escasez de agua, luz, gasolina y comida hace mucho más difícil hacer frente a una situación de emergencia sanitaria.
Finaliza su testimonio con las siguientes palabras: “El médico que emigra es valiente, pero los colegas que deciden ejercer su profesión en Venezuela son tres veces más valerosos que cualquier emigrante. Trabajar y vivir en las condiciones actuales los eleva a la categoría de héroes”.
Dra. Arelis Conde
La palabra migrar no existía en su diccionario de vida. A pesar de la situación de deterioro social y económico de Venezuela, apostaba a que todo mejoraría y que el gobierno caería. Los años pasaban, las cosas empeoraban y comenzó a pensar en el futuro de sus hijas. Ya no era tan optimista. Su esposo era Ingeniero Civil, pero la construcción estaba paralizada y la economía estancada. Se convirtió en sostén del hogar, lo cual incluía la responsabilidad hacia sus padres, adultos mayores, enfermos del corazón. Con la hiperinflación los ahorros mermaron así que comenzó a apostillar y legalizar sus papeles e introdujo el tema de irse en las conversaciones familiares; aunque nunca pensó que lo haría. Sin embargo, el quince de mayo del año dos mil diecisiete, mientras ella y su esposo participaban en una protesta pacífica, la guardia nacional bolivariana comenzó a lanzar bombas lacrimógenas y a disparar. Fueron emboscados y un uniformado apuntó a la cabeza de su esposo con un arma. Entre el humo y la confusión lograron resguardarse en el séptimo piso de un edificio empresarial mientras escuchaban los gritos de las personas acorraladas por el brazo armado del régimen. Al llegar a su casa no paraba de llorar. En esa oportunidad, amigos cercanos y sus hijos fueron detenidos por protestar con banderas y pitos. Ese suceso hizo que perdiera la fe y se centró en ejecutar el proyecto de marcharse.
Después de analizar los posibles destinos escogió a Ecuador, por lo económico del pasaje, la facilidad para legalizar su profesión y la necesidad que tenía ese país de médicos especialistas, además de que su economía estaba dolarizada y geográficamente quedaba cerca de Venezuela. Era la primera vez que emprendía sola un viaje que no era de placer, ni de formación de académica. Se lanzaba al vacío. Pernoctó la primera noche en un hostal reservado por internet. Una casa antigua, de la época de la colonización española. Le pareció que Quito era una ciudad bonita, movida y de crecimiento rápido. Con los papeles en regla comenzó a llevar hojas de vida a clínicas y hospitales, pero la rechazaban por ser venezolana. Allí sintió por vez primera los rigores de la xenofobia, sin embargo, en pocos meses se presentó la oportunidad de trabajar en un hospital recién inaugurado, el cual contaba con cuatro torres de 6 pisos y una infraestructura y equipamiento de primera generación. El 70% de los médicos especialistas, eran venezolanos. De los 15 pediatras que estaban en ese momento, 12 eran venezolanos. Con tres años trabajando en el exilio, ha tenido que estudiar mucho, hacer cursos para el manejo del paciente crítico, lidiar con la xenofobia y combatir la resistencia del personal de salud autóctono.
Con la llegada del COVID 19, presentó un desbalance emocional. El caso 0 apareció en la provincia de Guayas, a 415 kilómetros de Quito. A sabiendas de lo ocurrido en China e Italia, sabía que la situación iba a empeorar y que Ecuador no estaba preparado para lidiar con una pandemia, por múltiples razones que comienzan por lo sociocultural, y terminan en lo sanitario. Su hospital fue designado como centinela. Cuando la OMS se pronunció, aparecieron los primeros casos en Quito y la ciudad en seguida entró en aislamiento. Hubo capacitaciones e implementación de protocolos de seguridad; sin embargo, la sensación de vulnerabilidad los afectó de forma individual y colectiva. Cómo médico debía trabajar con eficiencia y rapidez a sabiendas de que cada semana cambiaban los protocolos. La vida sigue. Sacrificó estar con sus padres para cubrir sus necesidades básicas, pero ha tenido la fuerza y la entereza de mantener a su familia unida, libres y felices, mientras crece desde el punto de vista profesional y humano.
Dra. Glenda Montoya
Emigró en mayo del año dos mil dieciocho con intenciones de ejercer en Colombia. La acompañaba su esposo e hijo. En los primeros tres meses no logró legalizar su situación y el dinero ahorrado se agotó en arriendo, comida y traslados. Al cuarto mes, aún ilegal accedió por necesidad a trabajar subcontratada, con un salario muy por debajo de su capacitación: médico cirujano con dos especialidades y más de una década de experiencia como intensivista. Sub-valorada, trabajando “por volumen de pacientes”, dijo haberse convertido en una especie de “robot”. Su experiencia en el país hermano la llevó a ejercer la medicina en zonas frías y cálidas: Chiquinquirá, Arauca, Saravena y Tame; todas zonas de guerrilla controladas por el ELN
Cuando el pasaporte estaba por expirar, tomo una curiara en el Rio Arauca y salió de Colombia, entró a Venezuela e intentó reingresar a ese país el mismo día, pero los oficiales de inmigración se negaron a sellarle el pasaporte. Temblando de miedo, espero que oscureciera hasta que se diera el cambio de guardia, lo intentó nuevamente y pudo ingresar. Luego de expirada la prórroga de 90 días se presentaban dos opciones: regresar a Venezuela o quedarse ejerciendo de manera ilegal.
Optó por una tercera opción. Viajar a Perú y permanecer allí en forma transitoria mientras decidía a donde ir. En Lima trabajó en un ancianato, el pago era bueno, pero la labor era muy agotadora; de allí que prefirió trasladarse a la provincia de Ica donde se dedicó al cultivo y cosecha de uvas. Cobraba cuarenta soles por jornada, y con eso subsistieron por un mes. Allí aprendió a valorar a las personas y a su profesión. Después trabajó dos meses en la provincia de Chincha como médico, hasta que la despidieron en marzo del dos mil diecinueve.
Entonces pensó en emigrar a Chile o a Ecuador. El primer destino resultaba más costoso así que optó por el segundo para comenzar desde 0. Inició una consulta de medicina interna en el Club de Leones. Allí trabajó como médico general con alto poder de resolución. Aprendió de generosidad y humildad de manos del dueño del Club.
En marzo del año dos mil veinte, mientras esperaba realizar el examen de habilitación (requisito indispensable para ejercer de manera legal), se decretó la pandemia Covid-19, lo que le abrió todas las puertas para ejercer.
La llamaron de 7 sitios diferentes en forma simultánea, escogiendo la mejor oferta, la cual la llevó al hospital más grande de ecuador, con quinientos ochenta camas de hospitalización y cincuenta camas en la Unidad de Cuidados Intensivos, expansible a setenta. Ahora vive en un sitio hermoso y cobra un salario justo a su capacitación, lo que le permite afrontar mejor la pandemia. Sin embargo, el sistema de trabajo es rudo: siete días de confinamiento junto a un equipo de especialistas: Intensivistas, anestesiólogo y cardiólogo, seis residentes y veintidós enfermeras. Pasa 7 horas con el traje que es muy caluroso (overol bata 4 pares de guantes visor AN95) rodeada de veinticinco pacientes encamados Covid-19 positivos, en estado de gravedad.
Ser mujer en el exilio es muy rudo y resulta paradójico que la llegada del Covid-19 sea lo que le permitió obtener la estabilidad. Termina su testimonio con estas palabras: “Migrar no es mudarse.”