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Cinco valientes


Las valientes a veces nos saben cuánto lo son. Para esas mujeres cuyas vidas han sido marcadas por la violencia, la necesidad y la falta de amor, saltar ríos y derribar paredes son eventos del diario vivir. Ser valientes es, para ellas, como respirar.

Jimena salió de su casa una noche para estudiar con una amiga. Luego de pasar un farol en la calle se dio cuenta de que había cuatro hombres esperándola más adelante. No tuvo tiempo de huir. Uno la golpearon, la violaron y la amenazaron de muerte si decía algo.

Ana tiene 3 hijos, la más pequeña de un año. Hace cinco meses mataron a su esposo y luego llegaron a su casa a dar patadas en su puerta y a gritarle que los próximos serían ella y sus tres pequeñines. Ana no tiene a nadie más en su vida. No puede ir a ningún familiar buscando ayuda. El gobierno no la protege.

Marianela escucho alguien tocar su puerta el domingo en la mañana. Un tío gritaba su nombre y le pedía que abriera rápido. Se puso una bata y le abrió la puerta. Su tío le dijo que la noche anterior su hermano, su hermana, su primo y las parejas de los últimos dos habían sido ejecutados camino a casa luego de salir de una fiesta. Les detuvieron a la orilla de la carretera, les arrodillaron y les dieron un balazo a cada uno en la nuca. Luego rociaron gasolina sobre sus cuerpos y les prendieron fuego. Nadie sabe quién fue.

Angélica tenía doce años cuando quedó enamorada de un hombre maravilloso de 25 años. Esa “maravilla” duró cuatro hijos y diez años. Un día su niña mayor llegó a la casa de la mamá de Angélica buscando ayuda. Según le contó, llevaba más una semana tratando de huir de su casa. La mamá de Angélica buscó a dos vecinos y a un hijo mayor que Angélica y todos fueron a su casa armados con machetes. Cuando llegaron la “maravilla” de hombre salió corriendo y se perdió en el bosque aledaño. Cuando entraron a la casa encontraron a Angélica amarrada a la cama, uno de los niño amarrado en una silla y otro encerrado en un cuartucho donde apenas cabían el mapo y la escoba. Angélica tenía sangre seca en su ropa y cuerpo.

Doña Marta tiene 58 años. Hace 15 tuvo su primer y único hijo, Roberto. Un jueves Roberto llegó de la escuela y le dijo que miembros de la ganga del barrio había ido por los salones reclutando jóvenes. José y él se negaron. A la mañana siguiente y camino a la escuela. Doña Marta y Roberto se encontraron con otra mamá de un alumno que les dijo que la noche anterior un grupo de jóvenes había matado a José de nueve balazos. En su pecho encontraron una lista de nombres que decía quiénes serían los próximos muertos. Entre los nombres estaba el de Roberto.

Las pasadas cinco historias son reales. Solo los nombres han sido cambiados. Estas cinco mujeres están ahora en los Estados Unidos, buscando que el gobierno les conceda asilo y puedan quedan quedarse a residir permanentemente. Estas cinco mujeres son un microcosmos de muchas otras historias de horror que hemos escuchado en nuestras entrevistas con inmigrantes. Estas mujeres vienen de países que han sido postrados por el crimen y gobiernos corruptos que hacen muy poco por defenderlas. Esos países también tienen algo en común: un machismo rampante. Las mujeres son consideradas como propiedad y quienes tienen poder escogen a las que quieren y hacen con ellas lo que quieren.

Es común escuchar de muchas mujeres entrevistadas cómo tienen que vivir con hombres que abusan de las drogas y el alcohol, que les pegan, gritan y violan repetidamente, que maltratan a sus niños y que les obligan a trabajar para ganar algo de dinero que ellos luego gastan. Es común escuchar que van a la policía y nos reciben ninguna ayuda. Sus hijas van a la escuela y son raptadas para ser vendidas como esclavas sexuales en mercados americanos, asiáticos y europeos. Hermanas, primas, vecinas y compueblanas aparecen muertas en la calle, o en un basurero, generalmente con signos de violencia pre y post muerte en sus cuerpos. Metidas en bolsas de basura, sin a cabeza, manos o pies; en aguas negras…

Las cinco mujeres reseñadas son mujeres valientes. Algunas caminaron más de 2,000 millas con sus hijos pequeños a cuestas. Algunas fueron abusadas y asaltadas en ese camino. Algunas otras, según nos cuentan, nunca llegaron. Todas dejaron su tierra porque en su tierra cada día estaban mucho más cerca de la muerte. Todas se atrevieron porque sus vidas y las de sus hijos les hicieron valientes ante las adversidades.

Cuando pensemos que no podemos, recordemos a Jimena, Ana, Marianela, Angélica y Doña Marta. Recordemos que somos fuertes y que nuestra valentía puede sacarnos de cualquier lugar. Recordemos que mientras estemos vivas tenemos la oportunidad de soltar todo lo que nos amarra a relaciones y lugares que nos amenazan. Cinco mujeres valientes llegaron caminando a los Estados Unidos. Cinco de miles, cinco de millones a través de todo el planeta que hoy mismo están echando mano de su valentía para desafiar la muerte. Cinco ejemplos de que todas nosotras podemos si somos valientes.

 

La autora presta servicios de orientación y consejería a inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos.

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