Sororidad: desnudez, perversión y placer
La adrenalina sube, sus palpitaciones más rápidas, sus manos comienzan a resbalar pasando los límites de lo conocido. Se escuchan gritos acallados por un fuerte golpe. Se despoja de sus harapos y se apodera de un cuerpo que no es suyo. Hostil ante la inocencia, concentrado en satisfacer sus deseos. Ansioso de un alma indefensa, acecha un cuerpo sin fuerzas, consume una niñez, una inocencia y una sonrisa.
Un cuerpo indefenso que es explorado por la lujuria, un cuerpo desgarrado que es obligado a crecer al ritmo de un mar embravecido que viene y va. Y ahí estás, en el suelo, impregnada de lágrimas, sangre y la lujuria de alguien más.
No puedes pensar sororidad mientras estás en el suelo, no puedes sentirla mientras estás en silencio, no puedes experimentarla cuando juegas a las escondidas.
Pero mientras huía, me topé con ella.
Un día cualquiera llegaron aquellas letras a mis manos en las que entendía que el apalabramiento culminaría con mi tetraplejia emocional. Y nos encontré. Nos encontré golpeadas, en el suelo, solas, entre lágrimas y solas, nos encontré sobreviviendo sin esperanzas, sin rumbo y sin sueños.
Ella llegó a mí, pequeña, con cabello largo y ojos oscuros. Luego llegó imponente con cabello azabache, rebelde e indomable. Una vez más me visitó, con ojos verdes y melena cobriza. Llegó empoderada, en una pareja hermosa de rizos cenizos. Otra vez me interceptó toda blanca de cabello desteñido y palabras precisas. Llegó una y otra vez, sin retirarse…
Así, fue que tropecé con ella y no se fue sino que se quedó a transformar, sellar heridas y salpicar con esperanzas y sonrisas.
Con ella, fue que me acepté. Me acepté bruja, me acepté cabrona, me acepté puta… Me acepté con todo lo que malo, con las culpas y con los reclamos.
Me acepté con los vacíos, los insultos y las ausencias.
Me acepté e invito a otras a que lo hagan, invito a otras a que se rebelen, se acaricien, se perviertan y se amen.
La sororidad la descubrí cuando entendí lo perfectas que somos estando desnudas, solas, heridas. Siendo perfectas, como cuando hablamos, exigimos, denunciamos, cuando hacemos y cuando sonreímos. Siendo perfectas como cuando destruimos y construimos, cuando escapamos y permanecemos.
La sororidad la comparto, la defiendo y la promuevo con desde los placeres y para ellos. La comparto cuando me permito sentir lo que durante tanto me negaron. Es sentirme, tocarme, amarme, pervertirme. Es compartir el placer de los saberes para revolucionar los cuerpos y combatir con gemidos los silencios. Es educar sobre el placer para contrarrestar la opresión, es educar sobre el cuidado para contrarrestar el maltrato, es educar sobre el amor para contrarrestar el odio…
Sororidad es que juntas nos devolvamos los placeres que alguna vez alguien creyó robarnos.
Aisha Dalís Molina Calderón
Bachillerato en Ciencias Sociales con Investigación-Acción social
Candidata a Maestría en Sexopedagogía