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Visitando a un país musulmán

Aunque el Rey de Marruecos les diga que el país tiene sus raíces en África pero sus ramas en Europa, no deja de ser un país musulmán. Así que al decidir ir salió el tema de la mujer en un país dominado por los hombres. Sin saber nada de su cultura ya tenía la percepción de una dualidad entre el machismo y el varón musulmán. Aunque son dos fenómenos muy distintos, solo podía tratar de comprender desde mi perspectiva, pues no es para nosotras extraño que la mujer aún esté en una posición de desigualdad, sobre todo cuando las estadísticas de la policía de Puerto Rico reportan casi a una mujer muriendo al mes por violencia doméstica. Pero nuestra preocupación no era la de ser víctimas de violencia de género, sino causar atención excesiva a un varón de aparente respuesta rápida o por lo menos fue lo que pudimos aprender de la investigación que hicimos por internet.

Yo, que soy una viajera que se instruye, estaba dejando saber a mis compañeras que se tenían que cambiar el color del cabello, llevar ropa suelta y preferiblemente usar camisas de mangas tres cuartos. La excusa que daban los supuestos expertos es que para los marroquíes las norteamericanas son mujeres fáciles. Con el internet accesible en todas partes y la cantidad de páginas pornográficas gratis, aparentemente se ha creado esa percepción de las rubias. Entre nosotras, sólo una tenía el color del cabello bastante claro pero como éramos boricuas no era de mayor preocupación. Claro, sabíamos que se nos iba a colar de cuando en cuando el spanglish e íbamos con el pasaporte azul, el norteamericano, pero estaríamos con un guía y eso daba tranquilidad. Para mí, sólo restaba llevar la ropa indicada no tan solo para las actividades que estaríamos haciendo, pero también para pasar desapercibida. Porque ya había trabajado mucho en proyectos de construcción y sabía la dinámica, estaba acostumbrada a esa atención incomoda de los hombres inseguros que necesitan demostrar su hombría.

No sé si fue que nuestro guía hablaba un español perfecto y estábamos hablando como cotorras todo el tiempo, demasiado entretenidas o con él, pero no llegamos a ver lo que temíamos. Nos trataban con mucho respeto y en los hoteles eran muy serviciales. Nadie nos gritó en la calle como decían en los chats. No recuerdo que me hayan mirado con la lujuria desagradable que me han mirado aquí, como tampoco vi a nadie pasar por el mal rato. Todo el mundo parecía ocupado con lo suyo y no es de extrañarse, Marruecos recibe sobre 10 millones de visitantes al año. No importa cuán cerrado se pueda ser, el efecto saturación tiene que eventualmente modificar percepciones. Esto sin alejarse de su idiosincrasia o de su religión. Es sólo cuestión de tener la apertura a la diversidad ajena y me parece haberlo visto.

Existen múltiples religiones, pero ellos parecen estar más arraigados a la musulmana y su aplicación en la vestimenta femenina varía por región. Por ejemplo, en Casablanca por ser una ciudad bastante moderna con mucha influencia extranjera, muchas de las mujeres solo llevaban el turbante, el hijab, algunas otras ni lo llevaban y las menos usaban la vestimenta tradicional. Todas coexistiendo entre sí y hasta en los mismos grupos. En otras regiones y hasta entre pequeños pueblos en el medio de la nada se puede observar cuando estos son conservadores o más liberales conforme a cuan cubiertas se vistan. En muy menor proporción vimos pueblitos donde dominaba el burqa, vestimenta que cubre completa a la mujer y deja solo los ojos al descubierto. Las más conservadoras llevaban medias y guantes color piel, y la apertura de los ojos cubierta por una rejilla. De acuerdo a nuestro guía, ésta última opción es una vestimenta que comúnmente es utilizada por las esposas de religiosos y está perdiendo popularidad con las nuevas generaciones. Rashid, nuestro guía, me comentó que al presente la mujer escoge llevar en su vestimenta lo que le represente, lo cual no debe sorprender pues tan reciente como el mes pasado el Rey prohibió la venta del burqa, claro indicativo de que el país se está alejando del conservacionismo tradicional.

A pesar de los cambios, todavía aspectos de la vida cotidiana aparentan ser muy tradicionales. Rashid, sólo llevaba un mes de casado con una candidata preseleccionada por su mamá y la cual él sólo había aprobado. El matrimonio se llevó a cabo en tres meses para evitar cualquier tentación entre ellos y el corto cortejo se llevó a cabo principalmente por teléfono. Su familia pagó dotes a la suya y los festejos tomaron varios días hasta que la novia finalmente se quedó en su casa. Eso con la compañía de su familia para que no se sintiera entre extraños. Mientras nos contaba los detalles de su casamiento, que yo seguía sin perder ni uno y haciendo todas las preguntas que me venían a la mente, hizo una pausa para dejarnos saber con orgullo que su esposa al momento de casarse era virgen. Inmediatamente tuve que preguntar si se esperaba del varón algo similar. Para mi sorpresa, me dijo que los hombres se tenían que cuidar pues ninguna mujer de respeto se casaría con un mujeriego. Aunque al igual que ellos muchos machistas sueñan con ser el primero de su mujer, como sociedad, en este lado del mundo aún se glorifica el varón “experimentado”.

Para mí la verdadera interacción con una mujer ocurrió en Fes donde nuestra guía llamada Farida nos llevaría a conocer la parte antigua de la ciudad, la medina. Ella se había criado en la medina y por lo tanto se le consideraba una experta en el arte de caminar sin perderse por esos laberintos llenos de personas, comestibles, mercancía y burros. Era parte de un grupo de sobre veinte guías femeninas que competían con los más de cien varones que hacían lo mismo. Farida se manejaba y proyectaba muy segura. Puedo decir que ella, al igual que Rashid, en todos los aspectos y de la manera que se relacionaba con nosotras era muy familiar. Uno se sentía entre panas, amigos de la universidad o allegados. Desde el principio nunca hubo una separación, fue una conexión casi instantánea, un entendimiento compartido. Farida, una mujer guapa de algunos 40 años, vestía un camisón suelto de mangas largas de un color verde limón, pantalones y un hijab con similar tono. Se veía muy cómoda, elegante, pero tapada como las demás musulmanas tradicionales. Cuando le pregunté sobre el turbante me respondió que se cubría el cabello para no tentar. En su momento tomé su respuesta pero sin mayor reflexión, me distraje en los mercados y lo olvidé. Ya después recordé que al nosotras parar a almorzar ella se había ido a orar y al despedirse haría lo mismo antes de ser recogida por su esposo. Ahora que puedo mirar atrás, me pregunto si esa preocupación responde a la idiosincrasia del varón o a la doctrina religiosa que perpetúa a un varón salvaje, indomable, pues como mencioné antes, nunca vi rasgos de un varón agresivo sino más bien de hombres respetuosos incluso con ella. Quizás fui pensando lo peor y en base a ello todo pasó desapercibido. Quién sabe si después de todo haber creado una imagen tan severa tuvo sus frutos.

En un mercado negoció por mí y aunque no entendía lo que decía, su tono y lenguaje corporal no eran de una mujer oprimida. Más bien era de iguales. Como también lo parecía la mujer que dirigía el tránsito en un pueblo pequeño que visitamos. Perdidas por las medinas me fijé que había una tienda con sostenes algo sensuales y sin perder un segundo le pregunté si eran para las turistas. Inmediatamente y con una mirada picara me dejó saber que debajo de la ropa era libre de ponerse lo que quisiera. Me confesó que compraba lo más sensual que consiguiera y lo hacía por ella. Nos reímos en complicidad y seguimos caminando. Supongo que no importa la cultura a todas nos gusta sentirnos lindas y deseadas. Al final del día nuestra identidad nos salé de nuestro entorno pero la esencia femenina ya eso nos viene de los genes. No vale país o lengua somos todas iguales.

En otro momento del viaje, en una de las paradas me quedé con Rashid, por tener malestar estomacal mientras mis amigas hacían un tour por unos estudios de grabación. En su momento tuve que usar el baño y él me llevo. Caminamos juntos y me señaló la puerta. Tan pronto entré, él cogió el cubículo de al lado. Para mi sorpresa el baño era unisex. El podía escucharme y yo a él. Ya lo habíamos visto en un restaurante de lo más elegante que visitamos dónde los baños de varones eran a la entrada y al final del mismo pasillo en una esquina los de mujeres. Había que pasar por los de ellos para llegar al nuestro. Un poco intimidante por los perjuicios que llevé. Lo que no hace sentido pues yo desde los noventas iba a discotecas en Puerto Rico dónde los baños eran unisex y nunca lo vi mal. Por el contrario lo encontraba divino pues no se rompía el grupo ni para usar los sanitarios. Pero como ya estaba prejuiciada, al verlo allá y siendo esto un acto de igualdad, me sorprendió muchísimo.

Pasamos siete días en Marruecos, viajamos y pasamos la mayor parte del tiempo con la gente de pueblo. Aunque con frecuencia rodeados por turistas nunca en multitudes. Comimos en restaurantes de locales y nos quedamos principalmente en Riads, su versión del parador. Compramos en licorerías en tres ocasiones y aunque los únicos clientes eran varones, nunca hubo una mirada extraña o un comentario incómodo. Fue en más de una ocasión que comimos en cafés, donde solo entraban varones, y nada. Sólo un guía local en las ruinas romanas de Volubilis nos llevó a un área de las ruinas donde en el pasado había sido utilizada como “casa de mujeres”, como dijo él pues hablaba español, y donde había un pene tallado en una roca. Allí lo tapó con su sombrero antes de que pudiéramos verlo y con cara de frega’o nos dijo que nos alegraría el día. Ya para entonces me imaginaba lo que era y tenía la cara larga. Mis amigas cayeron en la broma pero ninguna se rió. Al ver nuestra respuesta la segunda vez que trató de revivir el chiste se pasmó, como decimos acá los boricuas. Nosotras aunque indignadas lo dejamos volar pues ese charlatán, como hay muchos en todas partes, no representaba al resto del país que nos había recibido con tanta cordialidad y respeto.

Aunque no tengo los elementos de juicio para descartar las posibles injusticias que puedan estar ocurriendo en nombre de la religión, los acercamientos agresivos a las turistas, posibles comentarios denigrantes en su lengua nativa o hasta violaciones sexuales, puedo decir que no lo vi. Claro, eso no significa que no pase o no se deba ser cauteloso y que en otros países musulmanes sea distinto a Marruecos. Pero decir que en algún momento me sentí en peligro, nunca. Tampoco puedo decir que en asuntos de mujeres el varón musulmán sea el equivalente al machista de acá, no puedo. Pero si puedo entender que ambos fenómenos tienen una misma raíz, esa imagen eterna del sexo débil y el otro lleno de pura testosterona.

Puede que nos hayan dado por pecadoras perdidas o simplemente hayan terminado por entender que vivimos diferente. No importa la razón, me fui con el mismo respeto que me brindaron y con una visión muy diferente a la que tenía antes de llegar.

 

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